Hacia una neuroeducación “con sentido”

04 marzo 2025
El diálogo entre neurociencia y educación es esperanzador, porque puede aportar nuevas miradas que enriquezcan la gestión emocional y el proceso de enseñanza y de aprendizaje (img. iStock).

La neuroeducación, o neurociencia educativa, genera grandes expectativas entre el profesorado y otros agentes educativos porque alimenta la idea de que si entendemos la forma en que el cerebro humano procesa y almacena la información podremos diseñar estrategias de enseñanza-aprendizaje más inclusivas y eficaces. Sin embargo, es necesario contextualizarla y pasar cuidadosamente sus principios por el filtro del saber experto docente. El resultado es lo que denominamos una neuroeducación “con sentido”.

La neuroeducación es el resultado de una combinación de sociopedagogía, psicología, neurología, neurobiología y otras disciplinas, enfocada a la mejora de los procesos cognitivos. No se trata, por tanto, de una disciplina propiamente dicha, sino de un concepto emergente que alimenta la esperanza de entender cómo aprende el cerebro con el fin de optimizar los procesos de enseñanza y aprendizaje.

¿En qué se basa?

La neuroeducación surge de una síntesis de perspectivas, porque la realidad humana es compleja y el aprendizaje no se puede abordar desde una única disciplina.

Los principios de la neuroeducación se fundamentan, básicamente, en cómo el cerebro procesa y almacena la información, con el fin de servir de guía para el diseño de estrategias de enseñanza-aprendizaje más eficaces. Para ello deben facilitar el procesamiento, la retención y la recuperación de la información, y fomentar un ambiente emocionalmente positivo y motivador para el aprendizaje.

Algunos de los principios de la neuroeducación más citados son los siguientes.

  • Neuroplasticidad: Se trata de la capacidad del cerebro para reorganizarse y formar nuevas conexiones sinápticas a partir de la experiencia y la práctica.
  • Atención y concentración: Es un requisito fundamental para el procesamiento efectivo de la información.
  • Emociones y aprendizaje: Las emociones influyen en la motivación, la capacidad de atención, memorización y procesamiento, por lo que un estado emocional positivo podría favorecer el aprendizaje.
  • Consolidación y recuperación de la memoria: Se trata de procesos que permiten fijar la información en la memoria a largo plazo y recuperarla posteriormente.
  • Carga cognitiva y procesamiento en la memoria de trabajo: El cerebro tiene una capacidad limitada para procesar información de manera simultánea, por lo que es importante organizar, fragmentar y simplificar el contenido para facilitar su asimilación.
  • Motivación intrínseca y establecimiento de metas: La motivación intrínseca y la fijación de objetivos claros activan sistemas de recompensa en el cerebro, lo que impulsa la atención y el compromiso.
  • Colaboración y aprendizaje social: El cerebro es social, por lo que el trabajo en grupo y el intercambio de ideas favorecen el aprendizaje.
  • Actividad física y sueño: La actividad física y un descanso adecuado son fundamentales para el funcionamiento óptimo del cerebro, y mejoran la memoria, la atención y la plasticidad neuronal.
  • Retroalimentación y refuerzo: La retroalimentación inmediata y específica podría reforzar las conexiones neuronales y ayudar a consolidar el aprendizaje.
  • Metacognición: La capacidad de pensar sobre el propio proceso de aprendizaje permite al alumnado planificar, autorregularse y ajustar sus estrategias.
  • Regulación emocional y reducción del estrés: La gestión de las emociones y la mejora en autonomía y responsabilidad podrían ayudar a reducir el estrés y a optimizar la actitud hacia el aprendizaje.
  • Entorno emocional positivo: Un ambiente seguro, inclusivo y saludable facilita la motivación hacia el aprendizaje y reduce el estrés, que puede interferir con el rendimiento.

Limitaciones

Hasta el momento, la neurociencia ha tenido un impacto escaso en la educación, seguramente porque la comprensión del cerebro suele ir por detrás de las demandas urgentes que surgen de la práctica educativa, cada vez más exigentes y complejas. De hecho, podríamos decir que la principal aportación de la neurociencia a la educación ha sido legitimar las aportaciones de la psicología y de la pedagogía basadas en la experiencia. En otros términos, respaldar, desde la ciencia, lo que nos había dicho la práctica de aula, es decir, el saber experto docente.

En las últimas décadas ha aumentado la divulgación de trabajos de neurociencia orientados a un público educativo y, a la vez, se ha incrementado el interés de la escuela por conocer lo que la neurociencia puede ofrecerle. Este diálogo entre neurociencia y educación es esperanzador, porque aporta nuevas miradas que enriquecen el proceso de enseñanza y de aprendizaje.

La principal limitación de la neurociencia educativa se debe a que aún no se ha alcanzado una comprensión del cerebro en su totalidad. Se sabe casi todo de una neurona aislada, pero muy poco del trabajo conjunto de los más de ochenta mil millones de neuronas que conforman el cerebro humano y del funcionamiento de las redes neuronales implicadas en el aprendizaje y la memoria. Por ello, hay que ser muy prudentes a la hora de transferir los descubrimientos de la neurociencia en la educación.

¿Por qué una “neuroeducación con sentido”?

La convicción de que si entendemos la forma en que el cerebro humano procesa y almacena la información podremos diseñar estrategias de enseñanza-aprendizaje más inclusivas y eficaces genera grandes expectativas entre el profesorado y otros agentes educativos, y facilita la llegada a las aulas de propuestas -bajo la etiqueta neuro- muy desiguales, que van desde la prudente y rigurosa interpretación científica a la especulación más inconsistente, a veces interesada, de la que se nutre una creciente industria de entrenamiento cerebral. En este sentido, Félix Pardo advierte:

  • “Así, cuando irrumpe una tendencia o se impone una moda, como sucede con la neurociencia educacional o neuroeducación, se llegan a interpretar de forma sesgada algunas conclusiones y a aplicar al aula una serie de técnicas y métodos de enseñanza aparentemente fundamentados en la investigación neurocientífica, cuando en verdad se comete un abuso en la interpretación de algunos de sus resultados y se origina de este modo los llamados neuromitos.” (Pardo, 2015, 221).

Por otro lado, en el aprendizaje no hay relaciones causales predeterminadas porque, como dice Gert Biesta, no educamos robots, sino seres humanos, sujetos de autonomía y responsabilidad. Por ello, frente al bombardeo de mensajes que llegan del mundo neuro se hace necesario cultivar un sano escepticismo entre educadoras y educadores, y diseñar la práctica educativa sobre una sólida base de evidencias que cuente con el respaldo de las ciencias cognitivas y de la práctica reflexiva.

Sugiero estos criterios para alimentar este sano escepticismo:

  • Acercarse a la neuroeducación con mirada ecléctica, entendiéndola como ciencia en progreso y tomando solo aquellos elementos que puedan ser útiles para un caso concreto. Cada persona es singular y cada cerebro requiere una intervención diferente.
  • Llevar a la escuela pequeñas mejoras, basadas en evidencias contrastadas, siempre en un contexto de reflexión-acción, y sin dejarnos llevar por las teorías de moda.
  • Discriminar las evidencias razonables de las meras especulaciones y, especialmente, de las propuestas comerciales que se apoyan en una visión reduccionista del cerebro.
  • Rechazar las teorías y los métodos de supuesta base neurocientífica que puedan suponer un límite al desarrollo pleno de las niñas.
  • Generar en la escuela una cultura de búsqueda de evidencias como antídoto contra la proliferación de visiones pseudocientíficas y creencias erróneas en todos los ámbitos de la sociedad.

Pero el criterio más importante es, sin duda, confiar en el saber experto del equipo docente. Como decíamos, en educación no se dan las relaciones causales típicas de las ciencias experimentales, pero sí un rico conocimiento tácito que se nutre de la experiencia en el aula y de la relación educativa, y crece con la conversación y colaboración docente (lo que Hattie llama la eficacia colectiva docente, que es, por ciento, una de las estrategias con mayor tamaño de efecto).

Por ello, llamamos neuroeducación “con sentido” al resultado de cruzar los principios de la neuroeducación, como los presentados anteriormente, con el saber experto docente, contextualizado en cada centro concreto y en su alumnado diverso. Es decir, es el resultado de una poda cuidadosa, que resulta del paso por el filtro de las evidencias y del saber experto del equipo docente:

Incluso las evidencias tienen sus limitaciones, porque lo que funciona en una clase puede no funcionar en la de al lado, o con distintas edades, o a diferentes horas, o con otras materias, o no con todo el alumnado. De modo que también hay que pasar las evidencias por el filtro del saber experto docente, para seleccionar la estrategia adecuada en función del momento de la instrucción, de la materia, de la edad del alumnado, de su contexto familiar y social, del objetivo buscado y de muchas otras variables.

En definitiva, una neuroeducación con sentido requiere un acercamiento esperanzado y prudente a las aportaciones de la neurociencia, que asuma la complejidad de los procesos cerebrales y que desconfíe, por tanto, de toda promesa de solución rápida, simple y universal. No esperemos, pues, soluciones mágicas de una neuroeducación con sentido, sino buenas preguntas que nos ayuden a discernir, en cada momento, sobre lo que es pedagógicamente pertinente.

¿Cómo se aplica en el aula?

Como acabamos de ver, no hay recetas mágicas en educación, porque educamos seres humanos singulares e impredecibles. Tampoco existe una forma “correcta” de enseñar o una metodología universal que asegure el aprendizaje, dentro de esa compleja relación educativa entre personas que son imprevisibles y que conviven en la diversidad. Pero es evidente que con un alumnado cada vez más diverso se necesitan estrategias diversas para que nadie se quede fuera, y un equipo docente capaz de discernir, en todo momento, sobre lo que es pedagógicamente pertinente dentro de lo que Michael Fullan y Maria Langworthy llaman un “repertorio de estrategias”, variadas y eficaces:

  • “Las nuevas pedagogías requieren que el docente cuente con un repertorio de estrategias, que pueden ir desde el aprendizaje basado en proyectos a un modelo basado en la indagación, pasando por la enseñanza directa. La clave es que el docente asuma un rol muy proactivo en hacer avanzar el proceso de aprendizaje, utilizando cualquier estrategia que funcione para un alumno en particular o una tarea específica.” (Fullan y Langworthy, 2014).

Lo que la neuroeducación con sentido puede aportarle al profesorado es un muestrario de estrategias probadas y filtradas por el equipo docente, en el marco de una comunidad de práctica reflexiva.

Dichas estrategias neuroeducativas no se aplican de forma aislada, sino conectadas con una determinada práctica educativa o una situación de aprendizaje, y su aplicación concreta en cada caso dependerá del propósito y del contexto, por lo que queda bajo el criterio del saber experto del equipo docente.

Para saber más

  • Biesta, G. (2020). El bello riesgo de educar. Madrid: SM.
  • Morales, M.; Pérez, K.; Verástegui, M.; Ibáñez, A. (coord.) (2024). Comunidades de práctica y desarrollo profesional docente. La propuesta Miradas que mejoran. Madrid: Fundación SM. Disponible en este enlace.
  • Ferrero, ; Ibáñez, A.; Portero-Tresserra, M. (coord.) (2023). Mitos y evidencias en educación. Aportaciones de la psicología y las neurociencias. Madrid: Fundación SM. Disponible en este enlace.
  • Fullan, M.; Langworthy, M. (2014). A Rich Seam. How New Pedagogies Find Deep Learning. Londres: Pearson.
  • Hattie, J. (2012). Visible learning for teachers. Maximizing impact on learning. Oxon: Rouledge.
  • Pardo, F. (2015). Conclusiones. En Forés, A.; Gamo, J.R.; Guillén, J.; Hernández, T.; Litigoiz, M.; Pardo, F. y Trinidad; C. Neuromitos en educación. Barcelona: Plataforma Actual.