El poder de la educación para promover la igualdad entre hombres y mujeres (parte 1)

23 agosto 2018

Gina Vieira Ponte de Albuquerque. Graduada en Letras (Portugués-Literatura) de la Universidad Católica de Brasilia y estudiante de Maestría en Lingüística de la UnB (Universidad de Brasilia). Es docente efectiva en la Secretaría de Educación del Distrito Federal desde abril de 1991. Autora y ejecutora del Proyecto Mujeres Inspiradoras, ganadora de I Premio Iberoamericano de Educación en Derechos Humanos, otorgado por la Organización de Estados Iberoamericanos, y el Premio WEDO Brasil, promovido por Women’s Entrepreneurship Day Organizacional Brazil. Entre otros premios nacionales, recibió el IV Premio Nacional de Educación en Derechos Humanos, el 8º Premio Profesores de Brasil y el Premio 10 Construyendo Igualdad de Género.

“Aunque se lograron muchos avances con la Ley Maria da Penha (Ley nº 11.340/2006), todavía hoy ocurren 4,8 asesinatos cada 100 mil mujeres, lo que coloca a Brasil en 5º lugar en el ranking de países en este tipo de delitos. Según el Mapa de la violência 2015 , de los 4762 asesinatos de mujeres registrados en 2013 en Brasil, el 50,3 % fueron cometidos por miembros de la familia, y en el 33,2 % de estos casos, el crimen fue cometido por la pareja o exmarido. Estas casi 5 mil muertes representan 13 homicidios femeninos diarios en 2013”. (Fuente: Compromisso e atitude: Lei Maria da Penha).

Basado en el Mapa de la Violencia 2015, el sitio Compromisso e atitude: Lei Maria da Penha informa además que “la tasa de homicidios de mujeres negras aumentó un 54 % en diez años, de 1864 en 2003 a 2875 en 2013. Cabe destacar que en el mismo período el número de homicidios de mujeres blancas disminuyó en un 9,8 %, pasando de 1.747 en 2003 a 1.576 en 2013”. Estos datos no dejan dudas de que el machismo, el femicidio, el racismo y la misoginia son elementos fundantes y estructurantes de la cultura brasileña.

Hombres y mujeres reproducen el machismo, asociado a una cultura que naturaliza las relaciones abusivas de los hombres con relación a las mujeres, la violación y el asesinato de mujeres. Si bien castigar al agresor es fundamental, la experiencia demostró que el camino más efectivo es trabajar en la educación de las nuevas generaciones para que sea posible deconstruir los discursos, prácticas y representaciones sociales que colaboran a mantener la cultura sexista.

Desde esta perspectiva, hay que decir que la desigualdad de género muchas veces también es perpetuada por la propia escuela. Hay una especie de “machismo institucionalizado”, porque la cultura escolar aún funciona en la lógica de preestablecer espacios y roles diferentes para niños y niñas. Comienza en el jardín de infancia, cuando les damos muñecas, sartenes y escobas a las niñas, y pistolas, carritos de juguete y bloques de construcción a los niños. Estas acciones colaboran para confirmar estereotipos que limitan a las niñas a espacios domésticos y de menor prestigio, y otorgan a los niños roles de liderazgo, poder y protagonismo.
Convencemos a los niños y las niñas de que ellas deben ejercer la maternidad y cuidar de los hijos y demás familiares, y que esta no es una tarea de la cual ellos tengan que ocuparse.

Al hablar de cómo los hombres y mujeres se subjetivizan en nuestra cultura, la investigadora Valeska Zanello menciona los “dispositivos maternos, amorosos y de eficacia”. Según ella, poco a poco, por la forma en que están inmersos en la cultura, los niños creen que nacieron para ser amados, servidos y para elegir y validar a las mujeres, que llegan a ser vistas por ellos como inferiores y desprovistas de voluntad propia. Las niñas, por su parte, creen que solo son válidas como personas si cumplen con las dos imposiciones que la cultura trae a su proceso de subjetivación como mujer: el matrimonio y la maternidad.

No hay ningún problema en que una mujer quiera ser linda, casarse y tener hijos. El problema radica en que, tradicionalmente, estamos convencidos de que estos son los únicos papeles que somos competentes para desempeñar, estamos convencidas de que no casarnos y no ser madre nos hace inferiores y menos felices como mujeres. El impacto de esto es que las niñas ven reducidas considerablemente sus expectativas y proyectos de vida.

Según un informe publicado por el Fondo de Población de las Naciones Unidas – UNFPA, en 2016, en la mayor parte del mundo, cuando una niña cumple 10 años, ya no se la ve como persona sino que se la ve como un elemento a explotar en el matrimonio, el trabajo infantil, el trabajo doméstico, sexualmente. La falta de apoyo a las niñas, sumado a las bajas expectativas con las que se ven y son vistas en la escuela, además de la falta de perspectivas que las impulsen a abrazar grandes proyectos de vida y ampliar su proceso de escolarización, hace que muchas se queden embarazadas temprano, abandonen la escuela o sean dadas en matrimonio. Aquella niña que muchas veces ya vive en una situación de vulnerabilidad social tendrá sus condiciones de vida aún más precarias con la llegada de un hijo, que probablemente deberá criar sola.

También es fundamental enfatizar que, cuando se trata de temas de desigualdad entre hombres y mujeres, no se puede descuidar el factor de las interseccionalidades. Las niñas negras e indígenas sufren aún más violaciones de derechos que las niñas blancas, en relación a los niños, y este es un punto que hay que observar.

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