¿Vacaciones docentes en verano? También es tiempo de formación

Lejos de desconectar por completo al terminar el curso escolar, una parte significativa del profesorado español dedica unos días, o alguna semana, a la formación en metodologías activas, innovación educativa, neuroeducación, herramientas digitales, convivencia escolar o inclusión, entre muchos otros temas que le permiten actualizarse y mejorar su práctica educativa.
En España está muy extendida la idea de que, cuando en junio finaliza el curso escolar, el profesorado inicia unas largas vacaciones veraniegas, pero lo cierto es que una buena parte aprovecha el mes de julio para seguir formándose, actualizarse y mejorar su práctica docente. Esta formación, fuera del calendario escolar, refleja un fuerte compromiso profesional con la mejora continua.
Los cursos de verano abordan un amplio abanico de temáticas, y son organizados por fundaciones educativas, administraciones, universidades, sindicatos y movimientos pedagógicos. Ejemplos destacados son las Jornadas de la Asociación Rosa Sensat, las Escuelas de verano de los Movimientos de Renovación Pedagógica, los cursos de verano de FERE-Escuelas Católicas, los Centro Internacional de Formación del Profesorado de la Universidad de La Rioja o los numerosos cursos de verano para docentes organizados por universidades, fundaciones, sindicatos y plataformas educativas. Algunas de estas capacitaciones se desarrollan en septiembre, como la Universidad de Otoño del Colegio de doctores y licenciados o el Congreso de innovación educativa del Gobierno de Aragón. Esta formación del profesorado, arraigada, aunque desconocida, refleja la vocación docente y el compromiso profesional del profesorado con la mejora continua de la educación.
Los primeros días de julio ofrecen, también, un momento propicio para la formación interna de los centros y para la reflexión conjunta sobre lo aprendido durante el curso. Así, una parte del mes de julio se convierte en un tiempo de reflexión compartida, más allá de la rutina del calendario escolar.
Esta voluntad de formarse en pleno verano desmiente el tópico de unas vacaciones extensas y pasivas. Es una práctica profesional responsable, sostenida en la convicción de que enseñar exige estar en constante evolución para responder mejor a las necesidades del alumnado y de una sociedad cambiante.
De cursillos aislados a formación en comunidades de aprendizaje
La formación permanente es un factor esencial en la mejora educativa, ya que el profesorado es la variable más influyente en el logro de resultados de aprendizaje. Pero la capacitación a través de cursillos aislados, a los que asiste el docente a título individual, genera un impacto limitado en el centro, y está dejando paso a una formación más ambiciosa, en la que es el equipo docente el que se forma de manera conjunta, a través de una comunidad de práctica.
Estas comunidades de práctica, o comunidades profesionales de aprendizaje, proporcionan un espacio seguro y colaborativo donde los docentes de un proyecto educativo común pueden reflexionar sobre sus prácticas pedagógicas, discutir los desafíos que afrontan en el aula y buscar soluciones conjuntas.
Como ejemplo de estas comunidades de práctica en el marco de un proyecto compartido podemos citar el Congreso Marianista de Educación, que se celebró en Zaragoza durante los días 30 de junio y 1 y 2 de julio, y congregó a más de 600 educadoras y educadores, bajo el lema “Juntos cuidamos el futuro”.
Este encuentro, organizado por los Colegios Marianistas y SM, ofreció una oportunidad de reflexión conjunta con expertos de referencia nacionales e internacionales, como Riffat Arif, más conocida como Sister Zeph, educadora pakistaní galardonada con el Global Teacher Prize 2023, el filósofo y pedagogo Gregorio Luri, con la charla “La educación: entre lo nuevo y lo bueno”; Fernando Reimers, director de la Iniciativa Global de Innovación Educativa en la universidad de Harvard, que habló sobre “El futuro de la educación”; el biólogo y especialista en psicología cognitiva Héctor Ruiz, con una ponencia sobre cómo aprendemos desde la neurociencia; y el filósofo José Carlos Ruiz, que abordó el papel de la comunidad educativa como eje del proceso formativo.
Pero lo más participativo del congreso fueron la veintena de talleres celebrados en las aulas del colegio Santa María del Pilar (Zaragoza), en las que un amplio grupo de docentes de colegios marianistas compartieron las claves y los resultados de las prácticas transformadoras llevadas a cabo en sus centros, 19 de España y uno de Brasil. Entre las prácticas estaban “¿Cómo podemos acompañar mejor a nuestras familias?”, del propio Colegio Santa María del Pilar; Acompañamiento socioemocional desde el cuidado”, desarrollado en el Colegio Bajo Aragón (Zaragoza); “Neuroeducación con sentido”, del colegio Sagrada Familia – El Pilar de Pola de Lena (Asturias); la aplicación práctica de la inteligencia artificial en el ámbito docente, del colegio Santa María del Pilar de Madrid, o la atención educativa al alumnado de altas capacidades, del colegio Santa María de Vitoria, entre otras muchas experiencias de gran interés. El objetivo era compartir prácticas, reflexionar sobre los desafíos de la escuela actual, crear red y avanzar hacia modelos más humanos y sostenibles. Como expresaba Belén Blanco, responsable pedagógica de la red de colegios Marianistas, “este congreso representa una oportunidad para fortalecer los lazos entre los colegios marianistas y avanzar unidos hacia una educación integral, que promueva el acompañamiento, la escucha activa y la atención a las verdaderas necesidades de nuestros alumnos y sus familias”.
Esta reflexión compartida en los equipos docentes es la base para el desarrollo y consolidación de comunidades de práctica que, además de instrumentos de transformación educativa, se revelan como una vía eficaz de profesionalización docente. En este sentido, el director de educación de la OCDE, Andreas Schleicher, sostiene que lo que mejora la satisfacción docente es el desarrollo profesional efectivo:
- “Colaborar con otros maestros, observar clases, dar retroalimentación, aprender juntos… todo eso crea eficacia y felicidad. La escuela debe ser un lugar donde todos aprenden, no solo los estudiantes. Combinar autonomía profesional con cultura colaborativa es fundamental”.
Cuando el profesorado confía en su impacto, colabora eficazmente, comparte prácticas exitosas y mantiene altas expectativas para su alumnado, los resultados académicos mejoran significativamente. Eso es una comunidad profesional de aprendizaje.