Cuidándonos cuidamos: habilidades socioemocionales para escuelas que cuidan
La autora de esta comunicación sostiene que el bienestar es una habilidad, y, como tal, todas las personas deben saber cómo cultivarla. Cada persona puede desarrollar la capacidad de cultivar su propia salud mental y emocional, y eso implica el cuidar a los otros y cuidar a su comunidad. El texto es la crónica de su presentación en el 17.º Seminario Internacional de Educación Integral (SIEI), celebrado el 24 y 25 de abril de 2024 en Ciudad de México.
Para que las niñas, los niños y los jóvenes sean aprendices activos, ciudadanos comprometidos que contribuyan positivamente a su sociedad, ya no basta con abordar un aprendizaje tradicional eminentemente cognitivo, que excluya las emociones y relaciones. Por eso, el aprendizaje socioemocional se ha vuelto muy importante en las últimas décadas. Es un proceso por el que se adquieren y se aplican conocimientos, habilidades y actitudes para desarrollar identidades saludables, manejar las emociones, alcanzar metas personales y colectivas, sentir y mostrar empatía por los demás, establecer y mantener relaciones de apoyo, y tomar decisiones responsables y solidarias.
Estas habilidades las percibimos como los bloques que pueden construir el cimiento para una ética del cuidado, donde te cuido porque es natural para mí. Me encuentro contigo cuando me conozco, cuando me regulo, cuando me importas profundamente, cuando me interesas, y sé que mucho de mi bienestar está en cómo te trato y en las relaciones que genero.
Cuando hay aprendizaje socioemocional a lo largo del trayecto educativo y a lo largo de toda la vida, mejora el proceso de aprendizaje y el desempeño académico, mejora el desempeño docente, el clima del aula, la salud física y mental. Previene conductas de riesgo, promueve el desarrollo cívico y ético, mejora el desempeño profesional, promueve el bienestar emocional, social y, además, es una muy buena inversión. Hay estudios interesantes donde poner un dólar en educación socioemocional redituará a aquellos futuros adultos en hasta 11 dólares, porque se forja una sociedad mucho más saludable mental y emocionalmente.
Toda la vida podemos desarrollar estas capacidades, pero hay dos etapas de la vida que son cruciales, etapas muy plásticas del cerebro donde todas nuestras experiencias cimientan quiénes somos: la adolescencia y la primera infancia.
Me centraré en la primera infancia, porque es una etapa crucial. Una base sólida en la primera infancia conducirá a resultados de vida mucho más saludables y exitosos. Cuando en esta etapa se desarrollan las habilidades socioemocionales y la función ejecutiva, esto se asocia a un mayor rendimiento académico, mayor éxito profesional, mejores resultados en la salud física y satisfacción de vida, inclusive en el estatus socioeconómico. Empezar temprano es lo que tiene mejores resultados. Cuanto antes empecemos, más fuerte será el impacto.
Nos duele lo que pasa en México y en el mundo. En particular, la mayoría de niños de uno a cinco años en el mundo vive todavía una gran inequidad. No disfrutan, ni siquiera, de los derechos humanos más básicos; viven en estados de vulnerabilidad. En Latinoamérica, nueve de cada diez niños se enfrentan al menos a un factor adverso, y uno de cada tres niños recibe disciplina violenta a través de agresión emocional o física. Esto es algo que tenemos que atender, ya que este periodo nos cimienta.
¿Qué pasa con los niños, las niñas y los jóvenes en condiciones vulnerables que están expuestos a factores adversos, sobre todo, en la primera infancia? Su desarrollo se ralentiza, se abre una brecha, y esto se ve claramente en los niños que viven en pobreza —como muchos de los niños en nuestro país, una cantidad enorme—. Cuando llegan a su juventud, empiezan a tener conductas que ponen en riesgo su vida y a sus comunidades.
Cuando podemos acompañar a esos niños a lo largo de su trayecto formativo con programas de aprendizaje socioemocional bien implementados y de calidad, lo que buscamos es cerrar esa brecha. La clave es trabajar la educación socioemocional, porque este aspecto en la primera infancia es particularmente poderoso. ¿Qué nos dice esto? Que existe la necesidad de proporcionar a los educadores de la primera infancia y a los sistemas escolares programas de aprendizaje socioemocional factibles, aceptables, eficaces y escalables.
¿Cuál es el papel de los adultos y qué tiene que ver con el cuidado de los niños? Para los niños, las niñas y los jóvenes, los educadores y los padres son clave. Los padres y educadores pueden proporcionarles relaciones de apoyo y de cuidado consistentes y ambientes nutritivos, es decir, nutrirlos de estímulos, de reciprocidad y de todo lo que necesitan para identificar y alcanzar su potencial.
Ustedes, en la escuela, pueden actuar como un factor protector de las experiencias adversas en la infancia y pueden ser un modelo de otro tipo de vida. En un país como el nuestro, donde vemos todas estas dificultades, donde muchos de los niños están expuestos a la violencia, sabemos que, afortunadamente, no están destinados a repetir este ciclo de violencia y maltrato. Las relaciones afectuosas de cuidado y de confianza con los educadores pueden cambiarlo todo. Ustedes están allí para esos niños y esa relación puede cambiar la trayectoria de sus vidas. Algo fundamental —y que ustedes, que están en el aula, lo viven mucho más que yo— es que el corazón de la educación es la relación entre educador y estudiante. Las niñas, los niños y los jóvenes no se acordarán tanto de qué les enseñaron, sino de quiénes fueron ustedes para ellos.
Si estamos de acuerdo, necesitamos en la escuela adultos mental y emocionalmente sanos que proporcionen esas relaciones y esos entornos de apoyo consistentes y afectuosos para que los niños prosperen. Todos aquellos que están en la escuela deben ser quienes modelen ese aprendizaje socioemocional. Pero ahí viene la pregunta: ¿tenemos esas habilidades?, ¿quién nos ha enseñado estas habilidades explícitamente?
Muchos de nosotros nunca estuvimos expuestos a esto como una educación formal; felizmente algunos de ustedes, muchos, lo han tomado. Pero esto es una realidad: si tenemos que enseñar y ser, sobre todo, ese adulto que cuida, que se involucra, que está dispuesto a ver al otro y a generar una relación consistentemente amorosa, tenemos que aprender a serlo.
La mayor parte de los educadores y las educadoras tienen esa tendencia natural, esa vocación, pero hay mucho que podemos cultivar, y no estamos sujetos solo a lo que aprendimos, quizás bien o mal, en casa.
Aquí viene otro punto: ¿cómo están realmente los educadores? Queremos que sean amables, que estén tranquilos, que nos den un remanso de paz, que nos den ese cariño consistente, pero fíjense en estos datos. Antes de la pandemia, todos los educadores en el mundo estaban mostrando, en promedio y según datos del INEE 2019, agotamiento, estrés y, en particular, en México, 90% de los educadores manifestaba antes de la pandemia estar agotado o estresado. Luego vino la pandemia y los datos que tenemos disponibles sobre la pandemia nos dicen que los educadores reportaban tener burn out, agotamiento laboral, 52%, más que los cuidadores de la salud que estaban frente a los enfermos. De esto, 90% de los educadores en México sentían mayores exigencias y 70% sentía que no había quien los ayudara con los retos emocionales y relacionales que estaban viviendo.
La vida —como saben por la experiencia— es un reto y a veces la mar de la vida está tranquila, a veces tiene oleajes impredecibles y gigantescos. No podemos cambiar muchas de estas situaciones, o son cambios que toman mucho tiempo, pero lo que sí podemos hacer es aprender a surfear, a tener justamente las habilidades sociales y emocionales que nos permitan navegar ese mar revuelto.
Desarrollo de competencias socioemocionales entre los docentes
La investigación nos dice que, si no ayudamos a los adultos a desarrollar estas competencias, su propio bienestar, su capacidad de cuidarse, los esfuerzos dirigidos únicamente para los niños serán insuficientes. Esta es nuestra teoría de cambio. Si aumentamos la competencia de los adultos crearemos los ambientes propicios. Eso es lo que mejora los aprendizajes, y por supuesto, la competencia social y emocional de los niños.
Algo que nos da muchísimo ánimo es que las condiciones son favorables. Desde el modelo educativo del 2016, la educación socioemocional se hizo obligatoria en México. Persistió en los cambios de la Ley General de Educación del 2019 y existe hoy en la Nueva Escuela Mexicana. ¿Qué es lo que nos hace falta? Algunos de ustedes afortunadamente han tenido esa formación, pero muchos, quizás todavía hoy la mayoría de los docentes en este país, no han tenido la oportunidad de tener una formación profesional profunda y de calidad en educación socioemocional.
Hemos desarrollado un programa que se llama Educar para el Bienestar, que pretende desarrollar las competencias socioemocionales y el bienestar de los educadores de todo el sistema; jefes de sector, supervisores, directores, educadores, personas de educación especial, todo el mundo que esté en el sistema educativo. La idea es que puedan enseñarla con un currículo específico a niños, niñas y jóvenes. Es una intervención que tiene un diplomado de 120 horas y una formación de liderazgo. También acompañamos a las escuelas con todo este trabajo. Lo hemos hecho principalmente en la educación pública. Hemos hecho aplicaciones a lenguas y culturas originarias, en maya, por ejemplo, en la península de Yucatán con los maestros de Campeche. Hicimos una prueba educativa aleatorizada con control —que es como el estándar de la evaluación educativa—, y lo que vemos es que, si nos entrenamos en conocernos y en regularnos, cambia nuestra capacidad de poder controlar una emoción que nos abruma. La prosocialidad se vuelve como una segunda piel; el ver al otro y empatizar con él y cuidarlo como un principio interior, que no viene de fuera, porque yo entiendo que eso es lo que a mí también me trae más bienestar. Esto ayuda a los maestros en su sentido de autoeficacia: “yo puedo hacerlo”, “tengo la capacidad y me compete”, y, por supuesto, incrementa su bienestar. En una prueba hecha en niños de preescolar, vemos que pueden regular sus emociones, pueden generar también esa actitud prosocial desde esa edad formativa tan crucial.
Quiero recordar que el corazón de la educación es la relación entre el educador y el estudiante. En AtentaMente, nuestro lema es: “si cambio yo, cambiamos juntos, todo cambia”, entonces, los invito a que dediquen tiempo a este aprendizaje fundamental para ustedes y para sus escuelas, y a generar las bases del cuidado como un proceso muy natural.
Daniela Labra es directora general de AtentaMente. Experta en el diseño, desarrollo curricular en línea y presencial, formación docente y en la vinculación entre la investigación científica y la práctica pedagógica de la educación socioemocional. Ha sido profesora-investigadora y coordinadora universitaria por diez años. Es coautora de libros y programas en educación socioemocional. Es consultora para Healthy Minds Innovations.