La escuela como sistema relacional para construir ciudadanía global

25 febrero 2023
La escuela educa a los alumnos y las alumnas para ser personas capaces de vivir en sociedad, establecer relaciones constructivas con los demás y contribuir a la mejora del mundo en el que viven (img.: iStock).

La ciudadanía global se ha convertido en el concepto que define y expresa una de las grandes finalidades que debe tener la escuela: formar a una persona (ciudadano o ciudadana) que, en el mundo actual, sea capaz de valorar la diversidad, comprometerse con la defensa del medioambiente, con el consumo responsable y el respeto a los derechos humanos individuales y sociales. Personas comprometidas activamente en la conse­cución de un mundo más justo, más equitativo y solidario.

Esta finalidad educativa queda enmarcada dentro de la Agenda 2030 gracias a los objetivos de desarrollo sostenible (ODS), en concreto en su meta 4.7, que habla del desarrollo sostenible y la ciudadanía global y que hace referencia a las finalidades sociales, humanísticas y morales de la educación. Según la Unesco, será necesario, en lo que queda de década:

[…] asegurar que todos los alumnos adquieran los conocimientos teóricos y prácticos necesarios para promover el desarrollo sostenible, entre otras cosas mediante la educación para el desarrollo sostenible y los estilos de vida sostenibles, los derechos humanos, la igualdad de género, la promoción de una cultura de paz y no violencia, la ciudadanía mundial y la valoración de la diversidad cultural y la contribución de la cultura al desarrollo sostenible.

Una de las mejores maneras para alcanzar este objetivo es desarrollar la escuela relacional, es decir, aquella que pone las relaciones en el centro de la vida de la escuela y tiene el propósito fundamental de potenciar seres relacionales, con capacidad de reconocerse y reconocer al otro; formar humanos con humanidad, y capaces de desarrollar competencias globales o de poner en práctica la imprescindible ética del cuidado. Es saber que las relaciones contribuyen al mejor desarrollo de la persona, a su aprendizaje, a la construcción de ciudadanos y ciudadanas globales y a la construcción de un mundo mejor.

Es una escuela en la que los vínculos que se establecen en el centro educativo contribuyen al desarrollo de los aprendizajes esenciales y de los valores para la ciudadanía global. En y desde las relaciones que establecemos en la escuela sembra­remos los valores y principios que harán de ese niño, esa niña o ese adolescente un ciudadano global. Un estilo educativo relacional que se hace vida en el conjunto de relaciones que se desarrollan en el ambiente escolar y que también está presente en un modelo pedagógico en el que, a través de todos sus elementos organizativos y curriculares, se pretenden alcanzar las competencias relacionales que contribuyen a la for­mación de un ciudadano o ciudadana global. ¿Qué significa todo esto?

Todo parte del modelo de persona

En este planeta todos dependemos el uno del otro y nada de lo que hagamos o dejemos de hacer es ajeno al destino de los demás. Desde el punto de vista ético, eso nos hace a todos responsables por cada uno de nosotros. La responsabilidad está ahí, firmemente colocada en su lugar por la red de interdependencia global, reconozcamos o no su presencia, la asumamos o no (Bauman, 2004: 28).

Toda educación nace siempre de un modelo de persona. En este caso, de creer que el ser humano es un ser relacional. El origen de este principio se encuentra en que, tal y como establecen Martin Heidegger y José Ortega y Gasset, la persona es un ser en el mundo y el mundo es su horizonte. Por tanto, es un ser que se construye a partir de las relaciones que establece con uno mismo, con los demás, con el mundo y con la trascendencia. Cada persona se conforma como un ser único por medio de una relación de alteridad en la que nos abrimos al otro, y somos, al mismo tiempo, reconocidos por él. Nada tenemos que no lo hayamos recibido de otro. Por eso, el ser humano está en una actitud de apertura permanente hacia el otro. De ahí la importancia de la dimensión social del ser humano que no es solo apertura al otro, sino también interdependencia. En el fondo de cada persona, como señala el mismo Ortega y Gasset, “palpita un sentimiento de forzosa solidaridad”, como una ligera conciencia de identidad esencial que brota de lo íntimo y une a todos los seres humanos. Es la visión antropológica de Martin Buber cuando señala que “somos realmente humanos solo en el encuentro interpersonal”, o de Emmanuel Lévinas cuando expresa su idea de que “el otro irrumpe en mi existencia mediante la epifanía del rostro”.

Por tanto, esta visión del ser humano como ser relacional es entender que la persona se construye a través de las relaciones interpersonales en las que hay siempre una persona que obra sobre otra, por ejemplo, la madre sobre el hijo, o el maestro sobre el alumno. En esa relación surge una nueva realidad (que se hace presente también en la relación educativa) y es el nosotros. El vínculo que genera esta relación, en la que el “yo” se relaciona con el “tú”, a través del cual se descubre y configura un “nosotros”, es el amor. Cuando esto se da, se genera una relación fuerte e íntima en la que prima el altruismo. Un altruismo que permite que la persona crezca hacia su interior confirmando sus valores personales y su identidad.

Visión y finalidad de la escuela relacional

La escuela educa a los alumnos y las alumnas para ser personas capaces de vivir en sociedad, establecer relaciones constructivas con los demás y contribuir a la mejora del mundo en el que viven. Entendemos que todo acto educativo es un acto relacional, es decir, un encuentro intencional entre dos personas con el fin de conocerse y conocer y, sobre todo, de comprender la realidad y el mundo, para convivir con otros. Paulo Freire consideraba que “somos seres condicionados, pero no determinados, y somos seres programados para transformarnos y transformar”. La educación, entendida como encuentro, deber ser el elemento transformador de la persona desde las relaciones que se establecen.

Por tanto, educar consiste en la intervención intencional de un adulto en el seno de la interacción con el educando. En el acto educativo hay un adulto que sale al encuentro y establece un espacio de diálogo, un lugar de sintonía, un vínculo personal, para transmitir aquello que ese adulto vive, para desencadenar en el educando un proceso de desarrollo personal.

Desde esta perspectiva, uno de los elementos fundamentales es que la educación cuide las relaciones que establece tanto hacia el interior como hacia el exterior. Partiendo de este planteamiento, la transmisión del conocimiento y de los principales saberes debe considerarse un bien relacional donde el intercambio didác­tico, emocional y personal permita al alumnado crecer en su capacidad de interaccionar con los demás. De esta manera se humaniza la educación y se centra en “formar personas maduras, capaces de superar frag­mentaciones y contraposiciones y reconstruir el tejido de las relaciones por una humanidad más fraterna” (Francisco, 2019).

Ese vínculo educativo debe conectar, más allá de capacidades y competencias, con la realidad, ya que educar supone una introducción en la realidad. Por tanto, la relación educativa, además de transmitir los conoci­mientos como un bien relacional, constituye en sí misma una experiencia relacional:

Como lo confirma la experiencia escolar, una educación fructífera no depende fundamentalmente ni de la preparación del profesor ni de las competencias de los alumnos; depende más bien de la calidad de la relación que se establece entre ellos. Muchos estudiosos de la educación han subrayado que no es el pro­fesor quien educa al alumno en una transmisión unidireccional, ni tampoco es el alumno quien construye por sí mismo su conocimiento, es más bien la relación entre ellos que educa a ambos en un intercambio dialógico que los presupone y al mismo tiempo los supera. Este es, justamente, el sentido de poner en el centro a la persona que es relación (Congregación para la Educación Católica, 2021: 26).

Para generar esta escuela relacional, hoy más que nunca hay que primar la escucha, el diálogo, el reconoci­miento del otro. Buscar el equilibrio entre la afectividad y la efectividad. Los educadores debemos trabajar para establecer un currículo en el que el conocimiento contribuya al desarrollo de las competencias relacio­nales necesarias para un nuevo humanismo donde se imponga el bien común, tan necesario para afrontar la situación actual y regenerar un mundo mejor.

Desde este punto de vista, podemos considerar que, en lo esencial, educar es desarrollar competencias que nos permitan construir sólidos vínculos afectivos y efectivos, que nos permitan encontrarnos con otros y cons­truir futuros compartidos. Como educadores, debemos contribuir a desarrollar la habilidad que es pensar en “nosotros”, en el que el “tú” y el “yo” están incluidos, respondiendo al modelo de persona que veíamos antes.

Partiendo de unos valores relacionales, la escuela deberá desarrollar las siguientes competencias relacionales:

  • Personales: fomentar relaciones constructivas consigo mismo. Formarían parte del aprender a ser (Delors, 1999): autoconocimiento, autonomía y aprender a aprender.
  • Sociales: construir relaciones con los otros y con el entorno. Actitudes y valores que permitan convivir de forma armónica y ciudadanamente comprometida. Saber convivir. Aquí podemos incluir unas competencias específicamente relacionales (Quintana, 2018):
    • Pedir: aceptar los límites, saber comunicar de manera eficiente; solo pidiendo a otro alcanza­mos objetivos comunes.
    • Ofrecer: conocer las necesidades del otro o de un equipo, reconocer la propia percepción y las limitaciones.
    • Acordar: aprender a decir sí y no, saber identificar las propias necesidades, las del otro y las comunes.
    • Escuchar: detectar fortalezas y limitaciones, superar emociones y prejuicios que limitan la escucha, aceptar la diferencia y la singularidad.
    • Reconocer: saber comunicar las valoraciones positivas, saber detectar las dificultades y generar relaciones basadas en la confianza.
  • Culturales: construir relaciones con el saber. Desarrollar un proceso de alfabetización cultural y digital y fomentar competencias y habilidades para abordar con éxito la complejidad de la vida actual. Aprender a saber y aprender a hacer (Delors, 1999).

Puedo, entonces, preguntarme: en el centro educativo al que pertenezco, ¿estamos desarrollando compe­tencias relacionales para alumnos y educadores?, ¿cuáles? ¿Con qué nos relacionamos?, ¿con lo previsible o con lo que tiene que ver con la incertidumbre? ¿Las competencias relacionales que desarrollamos ayudan a “obedecer” o a “innovar”?

Para definir las competencias relacionales en la escuela es importante desarrollar la competencia de la aper­tura, la adaptabilidad y el reconocimiento del otro que vive y se sitúa en la realidad con otros criterios y en entornos VICA (caracterizados por la volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad), mucho menos predecibles, con altos niveles de incertidumbre, con gran presencia de lo virtual, y que demandan compe­tencias relacionales orientadas a la capacidad de anticipación y adaptabilidad.

La escuela como un conjunto de relaciones personalizadoras

Cuando concebimos que la educación es fundamentalmente relación, el centro educativo se convierte en un núcleo de relaciones personalizadoras. Se genera entonces un mundo relacional caracterizado por unos valores que se constituyen en un estilo relacional propio. De alguna manera se encarnan en lo que hoy día denominamos como “cultura de centro”.

En la escuela se dan un conjunto de relaciones que afectan al alumnado, pero también a docentes, familias y al entorno. Todas ellas son importantes para generar un estilo relacional que contribuya al mayor desarrollo personal de alumnos y alumnas, familias y educadores y educadoras, y profesional de estos últimos.

Las principales relaciones que se dan en la escuela son las siguientes:

  1. Docente-estudiante: es la relación principal, que parte de concebir la educación como un vín­culo que genera ese deseo de conocer y aprender. Implica el reconocimiento de que ambos nos construimos mutuamente en esa relación y, por tanto, desarrollamos competencias relacionales que generan un “nosotros”. Esta relación requiere siempre de una intencionalidad educativa y de una planificación; de tiempo y de entrega personal por parte del docente. La mejor manera de llevar a cabo esta relación es aplicar la pedagogía del acompañamiento, porque lo esencial es acompañar a personas en el proceso de ser lo que están llamadas a ser desde su propia vocación. Consiste en “acompañar al alumno en el proceso de apertura antropológica hacia los vínculos fundamentales que desarrolla cualquier ser humano” (Aranguren, 2020).
  2. Estudiante-estudiante: lo fundamental es crear las condiciones para un buen trato entre los alumnos. Debemos propiciar el descubrimiento del otro, valorar la diferencia de género y tener en cuenta las nuevas redes de relaciones. El clima relacional debe favorecer que sean capaces de respetarse, integrarse y relacionarse con los demás. Los planes de convivencia, la participación de los alumnos y las alumnas en el centro, las metodolo­gías que favorecen el aprendizaje entre iguales son elementos esenciales a través de los que generar relaciones constructivas entre el alumnado.
  3. Docente-docente: es básico crear un buen clima de relaciones personales y laborales en la formación profesional y vital de cada educador. Es también un medio para cuidar la relación docente-estudiante y un ejemplo para la relación entre estudiantes. Esta relación es el fundamento del principio de que quien educa es la comunidad. Reconocer su importancia y cuidarla es clave para que nuestra escuela pueda cumplir sus fines. Es importante generar espacios de encuentro y relación informal.
  4. Escuela-familia: familia y escuela están llamadas a compartir el objetivo común de ofrecerle la mejor educación posible. El origen de este vínculo está en la relación con el hijo o la hija, que es la clave de la relación con sus padres. Destaca la importancia de los primeros encuentros, la acogida al centro. Hay que crear una cultura escolar con lenguajes compartidos. Esta relación se debe basar en actitudes de colaboración y adhesión. Hay que visibilizar los valores de la escuela relacional en los momentos formales de encuentro (coloquios, tutorías y entrevistas con dirección) y también en las relaciones informales. Hay que articular la participación de la familia en la vida escolar (las asociaciones de madres y padres, el Consejo escolar, la escuela de padres y madres y la participación en el aula). Por último, potenciar esta relación a través de los canales de comuni­cación e información, donde se deben cuidar la página web y las redes sociales.
  5. Docente-identidad del centro: esta relación hace referencia al sentimiento de identificación que el docente tiene con la misión, los valores y el proyecto educativo de la escuela. Consiste en conectar y profundizar en los principios educativos propios de la escuela. La identidad de un do­cente se enmarca en la identidad institucional de la escuela. Esta le sirve de fuente y a su vez se ve alimentada por la contribución de cada educador o educadora que quiere participar del proyecto. El fruto deseable es que cada persona, en cualquier ámbito de la escuela, pueda sentirse como perteneciente a la comunidad educativa y al proyecto. Esta relación requiere de la imprescindible formación en la identidad, que deberá ser intelectual y experiencial.
  6. Docente-organización escolar: se refiere a las personas y relaciones que comparten un proyecto común; a las relaciones laborales que se establecen, a los modos de hacer que determinan la cultura y el bienestar de las personas que forman parte del proyecto. Es el campo de las relacio­nes funcionales y jerárquicas. Conlleva la responsabilidad de todos los docentes de contribuir a la buena cultura organizacional.
  7. Escuela-sociedad: la escuela desarrolla su acción ante un entorno concreto, además de que debe estar abierta al entorno global, que es el mundo en que vivimos. Como agente educativo y socializador, la escuela debe preguntar por su relación con aquello que está más allá de sus lími­tes. Debemos tener en cuenta las relaciones con el entorno más cercano y con el más lejano. Es importante valorar el entorno como lugar de aprendizaje. En este sentido, la práctica metodológica del aprendizaje-servicio permite el aprendizaje personal y la transformación social.
  8. Escuelas en red: hoy día muchas escuelas pertenecen a una red de centros con la que comparten misión y proyecto educativo. Significa una oportunidad y un reto. Es interesante generar un modelo descentralizado y colaborativo. Conlleva la importancia de aprender a trabajar en red. Permite incrementar el talento y la excelencia educativa a través de la generación de conexiones para el enriquecimiento mutuo. También formular planes estratégicos, modelos comunes con desarrollos particulares en cada centro, impulsar proyectos de investigación-acción y generar una cultura de evaluación para la mejora continua. Se favorece también la relación entre los alumnos mediante el desarrollo de encuentros interescolares.

Liderazgo para la escuela relacional

Para generar una escuela relacional es necesario contar con líderes que tengan en cuenta la importancia de cuidar y desarrollar la calidad relacional de los miembros de la comunidad educativa. El “otro” (docente, es­tudiante, familia) tiene que estar siempre presente. Debe ser un liderazgo orientado a crear redes de relación que permitan la construcción conjunta de proyectos educativos transformadores vinculados con la comunidad educativa. Este liderazgo permite el desarrollo de las personas y de los proyectos educativos comprometidos con el desarrollo de personas y comunidades.

Espacio educativo relacional

El espacio es un lugar relacional fundamental, porque nos enseña sin que seamos conscientes de ello. Hay que generar lugares que den autonomía al estudiante y prioricen los espacios significativos; espacios que sean una comunidad expandida de relaciones. Crear espacios en los que, desde el respeto a las singularidades, la comunidad se hace presente, el estudiante se siente seguro y se construye desde el respeto y el amor. Es necesario crear espacios que favorezcan el trabajo cooperativo, la interdependencia positiva y la responsa­bilidad individual; espacios en el centro como lugar de encuentro y creación del alumnado.

Un modelo de edcuación relacional: las escuelas Fontán

En Bogotá (Colombia) nació en los años setenta del siglo pasado la llamada “Escuela Relacional Fontán” (FRE), que a lo largo de estos cincuenta años ha desarrollado un modelo pedagógico centrado en “el desarrollo de hábitos correlacionados con la calidad de vida de las personas y de la comunidad educativa de referencia” (Colen y Medina, 2019). Este modelo tiene sus orígenes en la experiencia de Ventura Fontán, en Medellín, a mitad del siglo XX, de atender a niños y adolescentes con déficits de aprendizaje. Este modelo, como cual­quier modelo pedagógico, parte de “un respeto profundo a todos los miembros de la comunidad educativa donde cada persona es autor, actor social y en la naturaleza, única y en permanente desarrollo” (id, 2019).

Desde esa visión de la persona, y de la constatación del fracaso de un sistema educativo en el que no se tiene en cuenta la diversidad e individualidad de los estudiantes ni sus ritmos de aprendizaje, surgen las tres bases de este modelo educativo relacional:

  1. Elaboración de textos autodidácticos como materiales de aprendizaje para el alumnado. Esta propuesta ha evolucionado hacia materiales que elaboran los propios alumnos.
  2. Logro de la excelencia, entendida como un proceso gradual y permanente de exigencia para el desarrollo constante de las personas.
  3. Fomento de la motivación. Buscar la conexión entre lo que se aprende y los intereses de los es­tudiantes para aumentar la motivación interna y alcanzar las metas que se han propuesto.

A partir de estos orígenes, el modelo de educación relacional Fontán, influenciado por las corrientes pedagó­gicas de la Escuela Nueva, Freinet, Dewey, Decroly…, se va desarrollando a través de diferentes etapas hasta llegar al modelo actual. En síntesis, el modelo de la FRE concibe al estudiante como un ser activo, personal y socialmente, responsable de su aprendizaje y su proyecto vital. El aprendizaje debe ser significativo, sustancial y funcional, lo que conlleva desarrollar la autonomía del estudiante. En este modelo la lectura y la escritura son fundamentales por la importancia que tienen para comunicar los aprendizajes realizados. Otro elemento fundamental de este modelo es la mirada que se tiene de profundo respeto al alumno o alumna por parte de toda la comunidad educativa y que contribuye al desarrollo de una sana autoestima.

El objetivo final es crear una escuela que se encuentre conectada con la vida y con la realidad, buscando el desarrollo integral de los estudiantes mediante la construcción de relaciones culturales, personales y socia­les. Se pretende, por tanto, lograr una mejor calidad de vida, tanto del estudiante como de la comunidad a la que pertenece. Objetivo que se logra con el desarrollo de valores como respeto, trabajo, compromiso y solidaridad, que se desarrollan tanto a nivel personal como comunitario, contribuyendo a la formación de personas comprometidas con su entorno.

Generar este modelo de escuela relacional con las finalidades presentadas tiene implicaciones en diferentes ámbitos de la vida escolar. Por un lado, en los aspectos organizativos generando un organigrama circular en el que, a partir del estudiante, se estructura el núcleo académico, el administrativo y el de innovación educativa.

Este modelo ve la educación a través de las relaciones, tanto las humanas como las del conocimiento, la experiencia y el saber. Por eso son especialmente importantes las relaciones educativas, que deben estar fundamentadas en principios de autonomía y caracterizarse por la espontaneidad y la autenticidad. Así, las relaciones estudiante-docente se definen fundamentalmente por su carácter personalizado y personalizador, es decir, deben contribuir siempre a enriquecer la persona del otro, tanto del educador como del educando.

En cuanto a las relaciones entre los estudiantes, el clima relacional favorece que sean capaces de compro­meterse en torno a un objetivo común que viene establecido por la dinámica pedagógica en la que ellos se unen de manera libre con aquellos con quienes comparten intereses de aprendizaje comunes. A partir de este planteamiento, se ha evidenciado una reducción de la conflictividad, al desarrollar la autonomía de los estudiantes y crear un clima de colaboración.

Con respecto a la relación con las familias, estas son muy importantes dentro del modelo, sobre todo en el proceso de incorporación del estudiante al centro. El papel de las familias en el proceso de aprendizaje es activo como consecuencia de su personalización , y participan tanto del seguimiento como de la toma de decisiones.

Las relaciones entre los educadores y educadoras se basan en el principio de colegialidad y son muy estre­chas para garantizar un buen seguimiento de cada estudiante. El éxito del modelo relacional de esta escuela depende en gran medida del trabajo en equipo y, sobre todo, de la importancia que cobra crear un buen clima de relaciones que aumentan la satisfacción y el sentido de pertenencia.

El modelo de escuela relacional Fontán tiene también sus implicaciones en la gestión del currículo, con todo lo que ello implica, y sus consecuencias en la didáctica, las metodologías de aula y la evaluación. El elemento fundamental es que, a partir del Proyecto Educativo Institucional, el currículo se traduce en un Plan Académico en el que se explicita qué, quién, cómo y cuándo aprender y evaluar según los principios de la educación relacional establecidos y que, a su vez, se concretan en el Plan Personalizado que define la ejecución de dicho Plan Académico.

Este sistema pedagógico se ha escalado ya a seis países y está beneficiando a más de 40 000 estudiantes, con resultados sobresalientes en las pruebas de Estado y en la disminución significativa de los indicadores de deserción y repetición. Esta propuesta debe su solidez a más de 25 años de investigación y desarrollo en diferentes entornos y culturas.

Conclusión

En una escuela, buscamos el desarrollo integral de la persona, de cada una y de todas las personas. Como seres relacionales que somos, establecemos relaciones mutuas con el objetivo último de participar en el proyecto de escuela; en ese proceso contribuimos a educar y somos educados, ayudamos a crecer y crecemos como personas, sabedores de que somos el resultado de los vínculos que establecemos.

Generar un clima relacional en la escuela permite educar “ciudadanos críticos, libres, justos y solidarios” (De Paz, 2007), es decir, ciudadanos globales que, desde un profundo sentido humanista y ético, se ponen “al servicio de la comunidad”. De la experiencia relacional de la que brotan la solidaridad y el altruismo surgirán ciudadanos y ciudadanas globales capaces de comprometerse en la construcción de un mundo mejor.

 

Belén Blanco es responsable pedagógica de la Red Española de Colegios Marianistas.

 

Referencias

  • ARANGUREN, L. (2020). Es nuestro momento. El paradigma del cuidado como desafío educativo. Madrid: Fundación SM.
  • BAUMAN, Z. (2004). La sociedad sitiada. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
  • COLÉN, M.ª T. y MEDINA, J. L. (coords.) (2019). El modelo de educación relacional Fontán. De la teoría a la práctica. Madrid: Morata.
  • CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA (CEC) (2021). “Instrumentum laboris”, en Pacto Educativo Global. Vademécum, 26-34. Disponible en este enlace.
  • DELORS, J. (1996.): “Los cuatro pilares de la educación”, en La educación encierra un tesoro. Informe a la Unesco de la Comisión Internacional sobre la Educación para el siglo XXI. Madrid: Santillana/Unesco, 91-103.
  • DÍAZ-SALAZAR, R. (coord.). (2020). Ciudadanía global. Un impulso para la transformación de la educación católica. Madrid: Fundación SM. Disponible en este enlace
  • ESQUIROL, J. M. (2021). Humano más humano. Una antropología de la herida infinita. Barcelona: Acantilado.
  • FRANCISCO, PAPA (2019). Mensaje del Santo Padre Francisco para el lanzamiento del Pacto Educativo Global. Disponible en este enlace
  • HARGREAVES, A. y O’CONNORS, M. (2020). Profesionalismo colaborativo. Madrid: Morata.
  • PAZ, D. de (2007). Escuelas y educación para la ciudadanía global. Una mirada transformadora. Barcelona: Oxfam Intermón Ediciones.
  • QUINTANA, J. y CISTERNAS, A. (2014). Relaciones poderosas. Barcelona: Kairós.
  • QUINTANA, J. y CISTERNAS, A. (2018). Educación relacional. Diez claves para una pedagogía del reconocimiento. Madrid: Fundación SM.

 

Este artículo fue publicado originalmente en el informe Conversaciones sobre ciudadanía global, Fundación SM. Acceso al informe completo.