Día mundial del libro 2025: leer para crecer

Cada 23 de abril celebramos el Día mundial del libro y del derecho de autor, una efeméride impulsada por la UNESCO en 1995 para recordar la importancia de los libros, la lectura y la creatividad intelectual.
Esta celebración tiene raíces históricas profundas. Hace justamente un siglo, en 1925, la Cámara Oficial del Libro de Barcelona, por iniciativa del editor valenciano Vicente Clavel Andrés, propuso la celebración de una fiesta del libro en la fecha del nacimiento de Cervantes. En 1926, el rey Alfonso XIII firmó un real decreto por el que se creaba oficialmente el Día del Libro, que se celebraría en la fecha que entonces se creía que había nacido Cervantes, el 7 de octubre. Pocos años después, en 1930, se instaura definitivamente esta efeméride el 23 de abril de cada año, fecha en que Cervantes fue enterrado (al parecer, falleció el día 22). Esta celebración coincidía con la de Sant Jordi, patrono de Cataluña, una fiesta en la que libreros y editores regalaban rosas con cada compra, lo que dio lugar a una tradición catalana muy arraigada: cada 23 de abril se intercambian libros y rosas entre personas queridas.
El aniversario de Cervantes y la tradición catalana de Sant Jordi instaron a la UNESCO, a propuesta de la Unión Internacional de Editores, a declarar el 23 de abril “Día Internacional del Libro”. La fecha coincide, además, con el fallecimiento de Shakespeare y del Inca Garcilaso de la Vega, por lo que se trata de una cita muy simbólica para la literatura mundial. En esa fecha se hace entrega, en España, del Premio de literatura en lengua castellana Miguel de Cervantes, el mayor galardón de la literatura española.
Más allá de la lectura
La lectura de un libro tiene implicaciones que van más allá del aprendizaje o del placer de leer.
Son numerosos los estudios de pedagogía y neurociencia (o de neuroeducación) que confirman que los lectores frecuentes obtienen mejores resultados académicos y están mejor preparados para afrontar desafíos complejos.
La lectura estimula la curiosidad, la imaginación y la creatividad; amplía el vocabulario y mejora la comprensión lectora, que contribuye a un mayor rendimiento escolar en todas las materias; fomenta el pensamiento autónomo y el pensamiento crítico, al tener que interpretar textos y construir argumentos propios, y desarrolla la empatía, al permitir asomarnos a vidas y realidades distintas a la nuestra. Además, la competencia lectora es especialmente útil en un mundo saturado de datos, porque ayuda a discernir con criterio la información fiable.
Pero la aportación del libro y la lectura no se queda en lo puramente cognitivo o socioemocional. El libro es, además, una herramienta contra la pobreza. Permite acceder al conocimiento técnico y práctico, facilita la formación especializada y reduce las brechas educativas. La UNESCO estima que cada año escolar adicional reduce alrededor de un 10 % el riesgo de caer en la pobreza extrema. En este sentido, las bibliotecas escolares y las públicas, así como las campañas de donación de libros construyen puentes contra la brecha educativa y han demostrado un impacto real en la promoción de economías inclusivas.
El libro, además, juega un papel clave en la prevención de conflictos y en la reconciliación. La lectura establece puentes con otras culturas, desactiva prejuicios y ayuda a cultivar el respeto mutuo; también ayuda a mejorar la convivencia democrática, a formar a una ciudadanía activa y responsable, y a prevenir radicalismos. Por ello, organizaciones como UNESCO y UNICEF promueven proyectos que combinan la lectura y la mediación cultural para jóvenes en zonas de conflicto.
Como dijo en las Naciones Unidas Malala Yousafzai, la niña pakistaní a la que dispararon los talibanes por asistir a clase: “Tomemos nuestros libros y nuestros bolígrafos, que son nuestras armas más poderosas”.