La importancia de la escucha para el aprendizaje en Educación Infantil

08 octubre 2024
La escucha, el afecto y la inteligencia están estrechamente vinculados: sin escucha no hay afecto y sin afecto no hay aprendizaje (img.: iStock).

Si animamos al alumnado a dialogar, hablar y escuchar, y lo escuchamos activamente, contribuiremos a desarrollar su autonomía. Facilitamos que puedan posicionarse y hacer florecer su sentido crítico. Para que esto suceda, lo ideal es comenzar en la Educación Infantil, para que estas competencias se anclen y se desarrollen a lo largo de la vida.

Todavía se sigue discutiendo en torno a lo que Paulo Freire llamaba “pedagogía bancaria”, esto es, cuando un docente habla frente a una pizarra y los estudiantes, sentados en filas, solo escuchan lo que tiene que decir. Un modelo anticuado, pero que aún encuentra espacio para ser reproducido en 2024.

En Educación Infantil, el diálogo ha avanzado más fácilmente y eso se viene reflejando en algunos cambios. Por ejemplo, muchos educadores de hoy ya entienden que la Educación Infantil no es una preparación para la Educación Primaria, sino más bien una etapa fundamental en el desarrollo de los niños y las niñas.

Sin embargo, sigue siendo un reto en el ámbito educativo poner en práctica la escucha de los niños, ya sea por el tiempo escaso, las altas exigencias que tienen los docentes o porque todavía no saben cómo hacerlo. Detenerse y escuchar, especialmente en los tiempos acelerados en que vivimos, es difícil. Pero si no nos detenemos y escuchamos lo que nos dicen los niños y niñas, ¿cómo desarrollar el afecto, tan importante en esta etapa de la vida? ¿Y cómo se desarrollará lo cognitivo sin esa afectividad, tan fundamental para establecer una relación de confianza y colaboración entre alumno y docente?

La importancia de la escucha

Escuchar al otro es fundamental para establecer relaciones, para dejarse “afectar” por lo que el otro aporta y poder corresponder ese afecto. Y ese “afectar” puede ser positivo o negativo. En este momento, vale la pena preguntarnos: ¿cómo estoy “afectando” -generando afecto-,  a las niñas y niños con los que me relaciono? ¿Positiva o negativamente?

En este artículo se defiende el afecto positivo, que solo se puede lograr a través de la escucha atenta y sensible. Esta escucha exige de nosotros, los educadores, una nueva mirada a la infancia, buscando comprender y valorar todo el poder del niño.

Paulo Freire defendió una “pedagogía del diálogo” y una “pedagogía de la autonomía”. Ambos conceptos están relacionados. Si se anima a los niños y niñas a dialogar, hablar y escuchar, y se les escucha en todo su potencial, eso les ayudará a desarrollar gradualmente su autonomía. Que puedan posicionarse y hacer florecer su sentido crítico. Para que esto suceda, lo ideal es comenzar en la Educación Infantil, la base de todo, para que se desarrolle y perpetúe a lo largo de la vida.

También es importante recordar que “[…] siendo el diálogo una relación yo-tú, es necesariamente una relación de dos sujetos. Cada vez que el ‘tú’ de esa relación se convierta en mero objeto, el diálogo se destruirá y ya no estarás educando, sino deformando” (Freire, 2019, p. 151). ¿Queremos estudiantes deformados? La respuesta unánime probablemente sea, o debería ser, negativa. Queremos educar a nuestros niños y niñas para la vida, para que sean seres pensantes y actuantes, capaces de reflexionar, cuestionar, luchar por lo que quieren. Niños y niñas que saben escuchar, pero que también son escuchados porque entendemos que su voz importa.

La escucha y el afecto

Si valoramos al niño y lo que nos dice, desarrollamos la afectividad. Entiendo que “la afectividad sería la energía, lo que impulsa la acción […]” (La Taille, 2005, p. 79). Si es la afectividad la que impulsa la acción, sin ella no hay acción; por tanto, no hay aprendizaje. Esto es lo que también defendía Piaget:

  • Es indiscutible que el afecto juega un papel esencial en el funcionamiento de la inteligencia. Sin amor no habría ningún interés, necesidad o motivación; en consecuencia, no se podrían formular preguntas ni problemas y no habría inteligencia. El afecto es una condición necesaria en la constitución de la inteligencia. (Piaget, 1994, p. 129).
Sin escucha no hay afecto, y sin afecto no hay aprendizaje.

Por tanto, la escucha, el afecto y la inteligencia están estrechamente vinculados. Sin escucha no hay afecto, sin afecto no hay aprendizaje. Wallon, en su teoría psicogenética señala que la afectividad y la inteligencia están estrechamente relacionadas, de modo que a lo largo del desarrollo infantil las emociones van permitiendo que lo cognitivo se desarrolle y que el niño aprenda. Esta idea de la fuerte relación entre afectividad y aprendizaje también es defendida de alguna manera por Piaget, Paulo Freire y Vygotsky en sus investigaciones.

Vygotsky, incluso, destaca la importancia de la interacción social en esta red de relaciones. Corroborando esta información, Yves de La Taille (1992, p.11) dice que “la inteligencia humana solo se desarrolla en el individuo en función de interacciones sociales que, en general, son demasiado descuidadas”. Pero si sabemos que las interacciones sociales son importantes porque nos ayudan a desarrollar la afectividad y, en consecuencia, lo cognitivo, no tenemos ninguna razón para descuidarlas. Más bien, debemos valorarlas en nuestro discurso, en nuestros diálogos escuela-familia y, lo que es más importante, en nuestra práctica diaria con los niños y niñas.

Vivimos en una sociedad de “relaciones líquidas”, un concepto aportado por Bauman y ampliamente difundido porque encaja muy bien para definir las relaciones superficiales y transitorias que hemos construido. Por tanto, se vuelve aún más importante establecer relaciones con los niños y niñas desde una edad temprana donde haya confianza, colaboración, escucha atenta, donde podamos generar afecto y permitirnos ser recibir afecto, y así podamos tener un aprendizaje colectivo significativo.

La escucha del silencio de niños y niñas

Cuando hablamos de escucha atenta en el caso de la Educación Infantil surge una pregunta: ¿Cómo escuchar toda la complejidad de los niños y niñas si a menudo no verbalizan sus necesidades? Es posible que los niños aún no sepan cómo hablar o cómo decir lo que quieren. Aquí entra el papel fundamental de las educadoras: la escucha del silencio, que abarca la escucha de las miradas, los gestos, las expresiones, la subjetividad y lo no dicho.

Así, entendemos la escucha “[…] como metáfora de disponibilidad, sensibilidad para escuchar y ser escuchado; escuchar no solo con el oído, sino con todos los sentidos: la vista, el tacto, el olfato, el gusto, la orientación” (Rinaldi, 2014, p. 82). Escuchar con todos los sentidos y también todos los lenguajes a través de los cuales se expresan los niños presupone una mirada cuidadosa y atenta. Esta forma de educar va en contra del mundo acelerado y superficial en el que vivimos y busca un respiro, una pausa, una desaceleración para estar verdaderamente presente.

Los niños y las niñas merecen ser escuchados en toda su complejidad.

Entendemos que hablar de ello implica mucha subjetividad, pero no podría ser de otra manera, porque el ser humano es subjetivo. Los niños y las niñas, en especial, merecen ser escuchados en toda su complejidad. No tiene sentido seguir insistiendo en una educación tradicional y objetiva que trate a todos como iguales y valore la repetición y la memorización descontextualizada. Cada niño es un ser único que necesita ser escuchado y tenido en cuenta en sus necesidades específicas.

Si queremos que los niños y las niñas se conviertan en adultos pensantes, críticos y activos en la sociedad, tenemos que demostrarles que son capaces desde la primera infancia. Y esto se consigue en los más mínimos detalles.

Empieza, por ejemplo, desde la organización previa del espacio. La educadora piensa en diferentes materiales y los organiza para la exploración de diversas maneras, lo que permite a cada niño elegir qué camino seguir. Así se estimula la autonomía y no se hace por los niños lo que ellos mismos pueden hacer. También pasa por un acompañamiento de la educadora, que puede aparecer con una mirada amable después de ver a un niño realizar una acción positiva. O en unas palabras de agradecimiento después de superar una dificultad. También está en la evaluación procesual, que debe tener en cuenta lo que el niño ya ha logrado y todas sus potencialidades y debe repercutir en la planificación de nuevas acciones pedagógicas que lo ayuden a ir más allá.

Todo esto no implica necesariamente la oralidad. A veces puede aparecer –por parte del educador o de los niños– a través de otros canales. Basta una mirada, un gesto, un toque, un dibujo, una broma, una canción… ¡hay tantas posibilidades! Lo importante es entender que el niño nos dirá las cosas de diferentes maneras y que nosotros, los educadores, debemos estar preparados para escucharlos en esta diversidad, con mucho afecto, cuidado y atención.

Consideraciones finales

Por todo lo que se ha presentado, entendemos que la escucha, el afecto y la cognición son conceptos íntimamente relacionados y muy importantes para el desarrollo infantil. A partir de las discusiones planteadas por Paulo Freire, Carla Rinaldi, Yves de La Taille, Piaget, Wallon y Vygostky, podemos pensar en un esquema simplificado y objetivo que nos ayude a comprender la importancia de la escucha afectiva para el aprendizaje:

Escuchaafectividadcognición (aprendizaje)

Así, si necesitáramos una justificación objetiva de la importancia de la escucha en la Educación Infantil, podríamos decir que es importante escuchar a los niños y las niñas de forma sensible porque esto impacta en la afectividad positiva y, en consecuencia, en el desarrollo del aprendizaje.

Se concluye que este diálogo debe producirse con mayor frecuencia, especialmente entre los y las profesionales de la educación y entre las familias y los adultos que contribuyen a la educación de los niños. Y, aún más importante que la teoría, necesitamos ver reflejos de la apreciación de la escucha en la práctica diaria. Si logramos esto en la Educación Infantil, tendremos niñas y niños con afecto positivo y, por tanto, motivados, sanos, emocionalmente equilibrados y más inteligentes, ya que hemos visto a lo largo de todo este camino que todo eso está relacionado.


Vanessa Fróes Bastos es pedagoga y trabaja como profesora en la ciudad de Salvador (BA). Es licenciada en Pedagogía (UFBA) y tiene un posgrado en Psicopedagogía (UNIFACS). Ha realizado investigaciones a través de PIBIC-UFBA sobre el uso de juegos y materiales pedagógicos en alfabetización y educación infantil. Actualmente desarrolla investigaciones en los campos de la evaluación del aprendizaje y la educación infantil. Participó en el Proyecto Aula GO de la Fundación SM desarrollando un proyecto para una escuela de México, centrado en la resolución de conflictos y la convivencia pacífica.

 

Referencias

  • BAUMAN, Zygmunt (2001). Modernidade líquida. Rio de Janeiro: Jorge Zahar Editor.
  • DE LA TAILLE, Yves (2005). Desenvolvimento do juízo moral. In: Coleção Memória da Pedagogia: Jean Piaget. Rio de Janeiro: Ediouro; São Paulo: Segmento-Dueto, v. 11.
  • DE LA TAILLE, Yves; KOHL DE OLIVEIRA, Marta; DANTAS, Heloysa (1992). Piaget, Vygotsky, Wallon. Teorias PsicoGenéticas Em Discussão (25.ª edição). São Paulo: Summus.
  • FREIRE, Paulo (2019). Pedagogia da autonomia: saberes necessários à prática educativa (59ª ed). Rio de Janeiro-São Paulo: Paz e Terra.
  • PIAGET, Jean (1994). O juízo moral na criança. Tradução de Elzon L. (2.ª ed.). São Paulo: Summus.
  • RINALDI, Carla (2014). Documentação e avaliação: qual a relação? In: ZERO, Project. Tornando visível a aprendizagem: crianças que aprendem individualmente e em grupo. Tradução: Thaís Helena Bonini. (1.ª ed.). São Paulo: Phorte.