Para qué un currículo y para qué aprender ciencias
El conocimiento científico ha sido construido y validado con unos criterios distintos del conocimiento ordinario, que es necesario aprender y utilizar para superar las explicaciones intuitivas de los fenómenos y superar mitos y explicaciones ordinarias insuficientes. Hoy sabemos que todas las personas tenemos explicaciones intuitivas para cada fenómeno particular, cuyo cambio requiere aprender y utilizar esos nuevos criterios, reflejados en prácticas genuinas de la ciencia.
La mejora de la enseñanza es un proceso sin fin. Cada contexto y circunstancias determinan en qué es necesario y posible incidir en cada momento, a partir de la experiencia y el conocimiento acumulado. El currículo normativo es un instrumento para esa mejora, al margen del necesario espacio para la toma de decisiones por cada equipo docente.
Más allá de una cultura informativa de términos y teorías científicas, la ciencia escolar debe promover que el estudiante explique mejor el mundo que le rodea, entienda y participe en los problemas de la sociedad, y se apropie de una forma específica de generar y aceptar conocimiento.
Prácticas científicas
El conocimiento científico ha sido construido y validado con unos criterios distintos del conocimiento ordinario, y el uso de esos criterios ha sido clave para la superación de mitos y explicaciones ordinarias insuficientes. Hoy sabemos que todas las personas tenemos explicaciones intuitivas para cada fenómeno particular, cuyo cambio requiere aprender y utilizar esos nuevos criterios, reflejados en prácticas genuinas de la ciencia.
Esas prácticas científicas deben ser un contenido explícito del currículo, estableciendo una progresión a lo largo de la etapa. Pueden y deben estar presentes en los apartados de competencias y criterios de evaluación, al estilo de como lo hace el programa PISA; pero también en el apartado de contenidos, no como un bloque aislado, sino integrado explícitamente en todos los bloques relacionados con las grandes ideas de ciencia.
Grandes ideas de ciencia
La propuesta de contenidos debe ser ajustada al tiempo disponible, sabiendo que siempre se van a dejar fuera contenidos que podrían ser importantes; en enseñanza, mucho es poco. Este principio ha de reflejarse especialmente en los contenidos conceptuales, tradicionalmente considerados el eje organizador de las asignaturas. La selección debe hacerse por su funcionalidad conforme a las finalidades ya expresadas.
La organización y formulación de estos contenidos debe evitar la dispersión y falta de coherencia, huyendo de la obsesión prescriptiva que minimiza la capacidad de decisión del equipo docente. Una posibilidad es seleccionar y enunciar algunas grandes ideas, comentando en cada una de ellas su posible secuenciación a lo largo de la etapa, prácticas científicas a desarrollar, e incluso explicaciones iniciales de los estudiantes sobre fenómenos relacionados con esa idea.
Para resaltar el carácter funcional de estos contenidos, es necesario que los criterios de evaluación estén formulados en términos competenciales: lo relevante no es conocer el contenido, sino saber usarlo para explicar y hacer predicciones ante fenómenos que tienen sentido para el estudiante.
Ciencia para toda la ciudadanía
El currículo debe incluir de forma explícita el tratamiento de problemas relevantes sobre los que cualquier ciudadano en una sociedad democrática debe poder adoptar una decisión informada: calentamiento global, pérdida de biodiversidad y geodiversidad, recursos energéticos y alimenticios, derecho al agua…, en definitiva, el desarrollo sostenible y/o el decrecimiento.
Debe promover, además, la inclusión de todas las personas y grupos sociales con menos interés por la ciencia, incorporando experiencias cercanas a esos grupos y referencias explícitas, generalmente ocultas, al trabajo científico de sus miembros.