La “desdigitalización” de las aulas

12 febrero 2025
En muchas escuelas se tiende a moderar el uso de los dispositivos digitales por parte del alumnado (img.: iStock).

En los últimos tiempos se suceden los titulares de distintos medios que hablan del proceso de “desdigitalización” al que se enfrenta la educación, amparados en un supuesto fracaso de los proyectos tecnológicos y un necesario paso atrás, hacia fórmulas más tradicionales y analógicas. En estas líneas, analizaremos lo que motiva estos titulares y la propia idea de “desdigitalización”.

Para entender la “desdigitalización”, partiremos de lo que fue el proceso evolutivo lógico, su antagónico, la digitalización.

Si hacemos una retrospectiva de unas ocho décadas, podemos situarnos en torno al año 1938, fecha en la que Konrad Zuse desarrolla la Z1, considerado el primer ordenador de la era moderna (Zuse, 1993). Este hito puede entenderse como el inicio, o al menos el antecedente más significativo, de la tercera revolución industrial. Desde este momento y hasta la primera década del S. XXI podemos hablar de una progresiva incorporación de elementos científico-tecnológicos que van desde el desarrollo de formas de almacenamiento y uso de la energía, hasta la consolidación de los medios electrónicos e informáticos como herramientas de producción, comunicación, entretenimiento y su integración en todos los ámbitos de la sociedad (internet, teléfonos móviles, mass-media, etc.). En definitiva, un proceso de “informatización” (González-Hernández et al., 2021).

A partir de aquí, se produce una tendencia progresiva de tecnificación y avance, enla que subyace un cambio de paradigma. La automatización de las máquinas y los procesos, la creación de espacios ciberfísicos, la analítica de datos y los sistemas predictivos, la robótica, la inteligencia artificial o el internet de las cosas, han cambiado la forma en la que producimos, nos relacionamos, aprendemos y, en definitiva, afectan a la forma de ser y estar de las personas. Muchos autores aceptan el concepto de “cuarta revolución industrial” o “industria 4.0”, acuñado por Klaus Schwab (2016), para referirse al momento actual en el que se ha transcendido la simple informatización de los mercados, el conocimiento o las expresiones culturales, y el hecho digitalizador lo invade todo a un ritmo vertiginoso.

¿Es este hecho susceptible de ser derrocado o revertido? ¿A qué se refiere el término “desdigitalización”?

La “desdigitalización” se refiere al proceso de reducción o supresión de las tecnologías digitales en ciertos aspectos de la vida. Ya sea en el plano laboral, en el ocio, en la vida personal o en el ámbito educativo, este concepto surge como una respuesta ante un uso abusivo de los dispositivos, una sobrecarga de información o por la necesidad de reencauzar el plano relacional hacia lo presencial y directo, buscando interacciones humanas más cercanas. Es decir, la “desdigitalización” no es un concepto propio o exclusivo del mundo educativo.

Tampoco parece ser una tendencia con un comportamiento inusual. Históricamente, tras la introducción masiva de cualquier avance y alcanzado un gran impacto y visibilidad, suele haber un retroceso moderado. Esto permite que se estabilice de una manera más equilibrada, natural y consciente que la inicial (Christensen, 2015).

Frente a la omnipresencia de dispositivos digitales surge la tendencia hacia un uso más moderado, por la necesidad de reencauzar el plano relacional hacia lo presencial y directo, buscando interacciones humanas más cercanas (img.: Cafetería en Punta Arenas, Chile /AIP).

Actualmente, estamos viviendo un claro ejemplo con el uso de los teléfonos móviles. Tras años llevándonos todo a la “palma de la mano”, cada vez son más las personas que prescinden del smarthphone y se decantan por dispositivos más sencillos que permiten únicamente realizar llamadas y recibir mensajes. Igualmente, es significativo el número de personas que, preocupadas por la excesiva dedicación al teléfono, monitorizan y limitan su uso. De hecho, si bien la Organización Mundial de la Salud (OMS) no reconoce la adicción al teléfono como una patología tipificada, son muchos los estudios que identifican los efectos negativos del uso abusivo de esta y otras tecnologías y establecen la desconexión digital como un hábito saludable y necesario (Olivella-Cirici, 2023). En definitiva, hay una tendencia que podemos considerar creciente hacia la desconexión digital, pero esto no implica, ni mucho menos, que esté en riesgo la adopción de dispositivos tan consolidados como el teléfono móvil.  

Si centramos el análisis en el mundo educativo, conviene entender lo que nos ha llevado a esta situación de cuestionamiento de la presencia tecnológica en las aulas.

¿Qué ha sucedido con la tecnología en Educación?  

La adopción de las TICs en el mundo educativo ha sido más lenta y tardía que en otros ámbitos. Cuando ya estaba presente en todas las industrias, sectores empresariales y en la sociedad civil en general, las escuelas seguían desligadas de la tecnología y las aulas continuaban pareciéndose a las de tiempos pretéritos.

En la última década del siglo XX comienza una paulatina llegada de dispositivos a las escuelas, si bien con un protagonismo dispar entre las mismas, dependiendo del país, la región y el tipo de escuela. Hasta ese momento, los ordenadores solo se encontraban en la administración del centro o, con suerte, en las aisladas aulas de informática.  Progresivamente, comienzan a circular por algunas clases los carritos de portátiles y las tablets, al mismo tiempo que el término “modelo 1 : 1” se volvía trending topic en Educación. Igualmente, las tradicionales pizarras y las tizas perdieron temporalmente protagonismo para cedérselo a las modernas pizarras digitales. También empiezan a proliferar las herramientas de software educativo y distintas soluciones como los sistemas de información de estudiantes (SIS), los entornos virtuales de aprendizaje (LMS), las plataformas de comunicación y colaboración o aplicaciones específicas de diversa índole que sugerían prometedores cambios en los procesos de enseñanza / aprendizaje.

Sin embargo, tanto los dispositivos como las plataformas digitales han venido soportando métodos de enseñanza tradicionales en formatos digitales. Y es que, a medida que aumentaba la inversión en herramientas tecnológicas, no se hacía lo propio con la formación docente ni se prestaba la atención requerida a los necesarios cambios metodológicos, produciéndose una simple adaptación de lo digital para cubrir formas de enseñanzas con base analógica.

A este respecto, debemos ser conscientes de que la integración de la tecnología sin el enfoque metodológico adecuado no garantiza un impacto positivo. Es más, si realizamos una simple transposición de métodos analógicos a un formato digital, es probable que el resultado sea cuestionable o cuanto menos, no estaremos aprovechando el potencial de las herramientas digitales.

Países ubicados en la vanguardia de la innovación y la excelencia educativa, como Suecia, han sido conscientes de este hecho. Tras observar una disminución de sus resultados en evaluaciones internacionales como PISA o PIRLS, han implementado medidas para fortalecer las metodologías de enseñanza en áreas clave como la comprensión lectora y las matemáticas. Esto implica, entre otras cosas, revisar cuidadosamente cuándo y cómo se debe utilizar la tecnología. Por ejemplo, la enseñanza de la lectoescritura básica podría no requerir un medio digital, dado que las habilidades adquiridas de manera analógica pueden transferirse efectivamente al entorno digital, además de servir como base para la lectoescritura enriquecida o soportada en medios digitales. Sin embargo, podemos encontrar mucha utilidad al uso efectivo de la tecnología para recrear situaciones propias de laboratorio, disponiendo de interactivos, realidad virtual o aumentada para simular algo que, de hacerse de forma analógica, supondría un ejercicio logístico, consumo de recursos, disponibilidad de espacios adecuados y, dependiendo de la materia, incluso afectación al medio natural. Además, debe evaluarse hasta qué punto las características inherentes a lo digital pueden actuar como facilitadores o como distractores en cada situación de aprendizaje, porque aquello considerado como una virtud cuando lo analizamos de forma aislada (inmediatez, tránsito de amplios volúmenes de información, multicanal, multitarea…), puede suponer un hándicap para una actividad concreta, que dificulte el esfuerzo cognitivo del alumno o su atención sostenida.

No obstante, con independencia de cualquier revisión, la tendencia de tecnificación y de avance es incuestionable e imparable. Si pensamos en las irrupciones tecnológicas de la última década (inteligencia artificial, impresión 3D, realidad aumentada, blockchain, robótica, 5G, computación cuántica…) vemos como, progresivamente, se van incorporando a distintos tejidos productivos, ámbitos sociales y, gradualmente, se están convirtiendo también en realidades del mundo “edtech”. Es decir, la supresión de la tecnología, no parece una opción.  Por tanto, no es una cuestión de “desdigitalizar”, sino de digitalizar lo que sea pertinente y desde una óptica de normalización de la tecnología, no de moda o corriente. Y esto, tanto dentro como fuera del aula.

Dentro del aula, la tecnología debe utilizarse como una herramienta para enriquecer los procesos de aprendizaje y no simplemente para replicar métodos tradicionales en nuevos formatos. Este enfoque requiere una inversión no solo en hardware y software, sino en capacitación docente y en el desarrollo de estrategias pedagógicas que aprovechen al máximo el potencial que la tecnología puede ofrecer. Fuera del aula, tenemos el reto, como sociedad, de no caer en un “tecnocentrismo” exagerado, teniendo presente que la tecnología es un medio y no un fin en sí mismo. Los hábitos saludables de vida y consumo o el uso individual que hacemos de la tecnología influyen en los comportamientos de los estudiantes y en las tendencias que llegan a la escuela.

Insistimos en que no se trata de suprimir tecnología, sino de avanzar hacia una sociedad que fomente, especialmente entre los jóvenes, el necesario pensamiento crítico para elegir las herramientas adecuadas y promueva su uso responsable, guiado por criterios de sostenibilidad, ética y eficiencia, y por la búsqueda del bien común.

Carlos Fernández Barral es Gerente de producto tecnológico en Educamos.

 

Referencias

  • Zuse, K. (1993). The computer-my life. Springer Science & Business Media.
  • Schwab, K. (2016). The Fourth Industrial Revolution. Crown Business.
  • González-Hernández, I. J.; Armas-Alvarez, B.; Coronel-Lazcano, M.; Maldonado-López, N.; Vergara-Martínez, O., y Granillo-Macías, R. (2021). El desarrollo tecnológico en las revoluciones industriales. Ingenio Y Conciencia. Boletín Científico De La Escuela Superior Ciudad Sahagún, 8(16), 41-52.
  • Christensen, C. M. (2015). The innovator’s dilemma: when new technologies cause great firms to fail. Harvard Business Review Press.
  • Olivella-Cirici, M.; Garcia-Continente, X.; Bartroli Checa, M.; Serral Cano, G., y Pérez Albarracín, G. (2023). El uso problemático del teléfono móvil: análisis transversal del perfil individual y factores asociados [The problematic use of the mobile phone: cross-sectional analysis of the individual profile and associated factors.]. Revista española de salud pública, 97, e202305036.
  • Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OECD). (2020). OECD Digital Education Outlook 2020: Pushing the Frontiers with Artificial Intelligence, Blockchain and Robots.
  • Carr, N. (2010). The Shallows: What the Internet is Doing to Our Brains. W.W. Norton & Company.