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La escuela en la era de la Inteligencia Artificial
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Desde que, a finales de 2022, el programa ChatGPT dio a conocer al gran público la inteligencia artificial generativa, muchos periodistas y ministros de Educación me han preguntado si la tecnología digital es beneficiosa o perjudicial para la educación.
La respuesta es compleja. Los cambios tecnológicos son inevitables: hace 600 años, la invención de la imprenta revolucionó la difusión del conocimiento. La radio, la televisión, los ordenadores, Internet y las redes sociales han abierto nuevos horizontes para la educación, pero también han suscitado inquietudes. Cada transformación debe evaluarse cuidadosamente para asegurarse de que beneficia tanto a los alumnos como a los docentes.
La aparición de nuevas tecnologías digitales es una gran oportunidad. Estas innovaciones pueden ayudar a estudiantes marginados, a quienes se encuentran en situación de discapacidad y a los que pertenecen a minorías lingüísticas y culturales. Esas tecnologías pueden contribuir a personalizar el aprendizaje y a crear sistemas educativos más flexibles, y también pueden servir para superar obstáculos geográficos y temporales con el fin de generar un aprendizaje inmersivo.
Sin embargo, los peligros son reales. La brecha digital se ensancha con cada innovación. A escala mundial, al menos el 31% de los estudiantes no tuvo acceso a clases a distancia durante la pandemia de COVID-19. La desinformación y los discursos de odio proliferan, y los recursos informáticos pasan por alto el 95% de las lenguas que se hablan en el mundo. Las IA generativas, capaces de imitar la facultad humana de crear textos, imágenes, vídeos, música y códigos informáticos, nos obligan a redefinir la especificidad de la inteligencia humana, lo que repercute en lo que aprendemos, cómo lo aprendemos e incluso por qué lo aprendemos.