Educar para la convivencia y la diversidad

26 mayo 2019
En la escuela, que es hoy por hoy el espacio fundamental para pensar el presente y el futuro, es donde se construyen las identidades, en relación con los entornos familiares y comunitarios (img.: iStock).

La escuela es el frontón sobre el que se estrellan todas las ineficiencias de la sociedad, pero no podemos cargarle la responsabilidad que tiene la familia, los medios de comunicación, la calle y muchos otros lugares donde se dirime el sentido de lo que significa convivir en paz y en igualdad. Recogemos en este artículo el análisis y las propuestas de la directora general de Formación y Gestión Cultural de la Secretaría de Cultura de México, presentadas en el marco del SIEI 2025 de la Fundación SM. 

Si hay algo en lo que la educación, en este tiempo, está viviendo un reto es precisamente en la convivencia y en entender estos contextos de diversidad que hoy se reconocen como una riqueza cultural, pero al mismo tiempo constituyen un reto enorme, sobre todo, porque van acompañados muchas veces de desigualdad. Hoy estamos frente a esta necesidad social, educativa y política de entender la convivencia como un elemento fundamental sin el cual difícilmente podemos avanzar como sociedad. Estamos hablando de un entorno tanto físico como tecnológico en donde lo que pareciera ser dominante, más que el bien común, son las narrativas de violencia que se están viviendo de manera cotidiana en las escuelas.  

Últimamente se ha hecho un énfasis especial en las violencias en las escuelas, tanto en términos mediáticos como tecnológicos. Por supuesto, están los casos de desaparición que hoy constituyen un debate fundamental en la vida pública; el conflicto de género que se vive prácticamente en todas las dimensiones de la realidad nacional y, ahora, la violencia vicaria que se deriva de toda esta conflictividad en las relaciones de la construcción familiar. Nos situamos en un entorno de la vida cotidiana, mediática y además en el terreno tecnológico. Frente a ese entorno, hay una serie de planteamientos que se han venido haciendo como algo que nos pueda permitir tener un marco, que puede ser aspiracional, pero en realidad es un marco normativo que nos obliga a repensar cómo estamos planteando el trabajo, desde la escuela, desde el punto de vista educativo y desde el enfoque humanista que hoy está reclamando la presencia de una visión a partir de los derechos humanos. Esto es algo importante, lo quiero mencionar aquí, porque esa ley general de los derechos de las niñas, los niños y las adolescentes señala que efectivamente uno de los derechos es a vivir y a educarse con un enfoque de derechos humanos que garantice su dignidad. Determina que son las autoridades educativas las que tienen la responsabilidad de promover una convivencia escolar armónica, así como la generación de mecanismos para la discusión, el debate y la resolución pacífica de conflictos, por supuesto, conforme a la norma. Especifica la necesidad de crear protocolos. Sabemos que los sistemas educativos de los diferentes ámbitos han creado protocolos, pero la escuela no puede ser la única responsable de resolver toda la problemática social y ni siquiera la de la vida familiar.  

Cultura de la relación y del cuidado 

Estamos en un momento en que necesitamos generar un espacio para el autocuidado docente, porque las personas que están frente a las niñas y los niños son la mejor posibilidad de esas infancias y adolescencias de construir otra forma de relación. Cuídense. Abrácense, porque dedicar el primer abrazo para nosotras y nosotros mismos es la condición para saber que nos valoramos, nos queremos, nos respetamos. Eso es algo que es vital. Respirar es la condición de la vida y muchas veces no sabemos respirar o justamente no nos da tiempo ni de respirar. Cuando decimos eso es porque estamos agobiados, acosados por una gran diversidad de tareas y, por tanto, nos olvidamos de esa capacidad y posibilidad de respirar como una condición básica. Es algo que debemos de mantener en nuestros escenarios, incluso en el aula: saber respirar, saber darle a las dinámicas su espacio, su tiempo y poder construir desde ahí esta posibilidad.  

La gestión del espacio del aula es fundamental para poder construir diferentes formas de relación y procesos de aprendizaje, porque la base de la convivencia es el reconocimiento de que somos seres únicos e irrepetibles. Somos personas individuales que no podemos ser más que nosotras y nosotros mismos. Esa es la condición, la base de la dignidad de las personas desde donde nosotros podemos relacionarnos con las y los demás, y desde donde sabemos que podemos pertenecer o que no queremos pertenecer. Hablando de los derechos culturales, también está el derecho a no pertenecer y a plantearse en un escenario distinto. En ese sentido, el derecho a la diferencia es fundamental en nuestros tiempos. Desde dónde podemos pertenecer.  

Es fundamental el autorreconocimiento, porque, muchas veces, la base de las relaciones en la convivencia está dada por una baja autoestima, falta de reconocimiento de la identidad, de la individualidad de cada una cada uno de nuestros niños. Sabemos que eso es difícil en el marco de las aulas demasiado pobladas o en aquellos lugares donde el cambio constante de la presencia de las infancias en las aulas también se da. Hay muchas escuelas que tienen un entorno de mucha rotación de estudiantes cuando se trabaja en aulas multigrado o cuando se trabaja en situaciones donde las infancias tienen riesgos de perder la escuela. Sabemos que eso significa un reto adicional para los directivos, para las escuelas, porque la permanencia en la escuela significa en sí misma un reto. Estamos hablando entonces del reconocimiento de la dignidad como algo esencial, y la dignidad pasa por esa identificación.  

Conozco a un chico que en su vida cotidiana era conocido en la escuela como “El flaco”, y sí, era flaco, pero nadie sabía cómo se llamaba. Ahí estamos permitiendo efectivamente una despersonalización y una caracterización a partir de un estereotipo que remite a una condición física. Es algo muy cotidiano en las relaciones escolares y que nosotras y nosotros hemos de estar al pendiente, porque, a fin de cuentas, sí termina por construir estereotipos alrededor de estas niñas o niños: está el que es flaco, el que es gordito, el que es lento, el que no habla. Nos rodeamos de una serie de estereotipos desde donde se gestiona la identidad de las personas en el aula. Eso puede representar un problema; puede llegar incluso a convertirse en un elemento de crueldad. Si hay algo que es posible dentro de las aulas, sobre todo en determinados niveles educativos, es la crueldad, porque aún no se forjan esos criterios de descubrimiento, autodenominación, autorreconocimiento de las emociones, y las fronteras entre el juego y la violencia a veces no son fáciles de distinguir en determinadas edades. A veces se transita del juego hacia la violencia de una manera aparentemente natural y terminamos encontrando relaciones muy dañinas al interior de nuestras aulas o en los patios.  

De tal forma, estamos hablando aquí de uno de los retos más importantes que puede tener un niño o una niña: el reto de aprender a ser visto, a ser vista, el reto de ser reconocida, de ser escuchada. Hay niñas y niños que definitivamente prefieren irse hasta el último de los rincones, porque no quieren ser vistos, porque prefieren que no se les pregunte nada; por eso se van a la fila de atrás. En ese contexto, hay retos que estas y estos estudiantes están viviendo para poder aprender a ser como condición de la persona y ser como posibilidad identitaria.  

La educación para el autoconocimiento es fundamental y eso es algo que efectivamente puede tener el reto de la doble o triple personalidad en función de la vida digital. Puede ser que nosotros conozcamos una dimensión de nuestras y nuestros estudiantes cuando en la realidad ellos tienen una dinámica de otro orden y, ante los espacios convencionales educativos, ellos pasan por cierto tipo de comportamiento, de habilidades, cuando en realidad tienen muchísimas otras. No estoy diciendo que todas sean aplicables positivamente, pero hay muchas que sí, y ellos y ellas pueden desarrollar muchas otras formas a partir de ese reconocimiento de esas identidades que siempre están en transformación. Es esencial para un niño o niña saber que lo que le está pasando en el momento no necesariamente es para siempre. Eso, a veces, genera una angustia enorme entre las y los pequeños, porque no pueden en un momento dado abrazar el mundo con una claridad tan grande. Entonces, un ambiente educativo que dice no al determinismo y no a la resignación es importantísimo, porque es un ambiente que está generando la posibilidad de la transformación en un sentido más claro.  

Aprender a convivir

Decimos que la escuela es el lugar de la socialización y es verdad, porque probablemente si la escuela no tuviera el acceso hoy obligatorio y como una posibilidad en la formación, ahora desde las primeras infancias, podría ser mucho más difícil la construcción de esa socialidad para la que se supone que el ser humano existe. Aprender a convivir es algo que se construye, no viene en el paquete ya predeterminado; es una educación para la convivencia y es una manera de ir construyendo esas posibilidades, de saber quiénes somos y poder relacionarnos en una colectividad. 

Algo fundamental de reconocer es que el aula y el patio son los microcosmos de la sociedad, la manera como se vive el patio y se vive el aula son el microcosmos donde se van a poder encontrar o no en una relación de otro orden. Hay patios dominados por el fútbol, hay patios dominados por el juego de fuerza de las masculinidades en presencia, hay patios dominados por un “aquí no te metas, porque aquí ya se sabe que te estás metiendo al callejón de los trancazos”; hay lugares donde ya se sabe que están de una u otra manera estigmatizados ciertos espacios. Hay maneras de construir rutas de mejora de la gestión de los patios y de las aulas, porque, al final del día, esos microcosmos son maleables y me consta que el profesorado lo sabe hacer. Eso es algo en donde se está gestando la relación de una actitud de responsabilidad y ética frente a mi persona y frente a las de los demás. Un aula que está normada por la ley del más fuerte, es decir, que el que más habla es el único que habla, quien más se esconde es el que nunca va a figurar.  

Debemos trabajar para construir una educación de otro orden, más participativa. Hay una aspiración mundial a la paz y esto está planteado en la Agenda 2030. Cuando digo que es una aspiración mundial es real. Estamos viviendo un mundo de guerras, donde hay más de 16 regiones en conflicto, y estoy hablando de conflictos militares. ¿Cómo construimos nosotras y nosotros una sociedad pacífica cuando el mundo está dando la vuelta de esa manera?, ¿cuándo hay preguntas de las niñas y los niños de qué está pasando en Gaza?, ¿cuándo las niñas y los niños preguntan por qué tales y tales niños no tienen las mismas posibilidades? Hay un mundo en desigualdad y que, a veces, cuesta trabajo entender. Si nos cuesta trabajo entenderlo a quienes hemos sido responsables -y estoy hablando en términos generacionales- de haber generado esas relaciones mundiales, para los niños y las niñas ese mundo se vuelve también muy cuestionable.  

¿Cuál es el lugar de la escuela como institución? Es algo que cada escuela tiene que responder, porque no todas pueden participar desde el mismo esquema. La escuela es el germen de la educación para la democracia, porque es ahí donde se aprende la reciprocidad, se aprende la consecuencia o no de la aportación, se aprenden los esquemas colaborativos. En los ámbitos donde el comunalismo y las relaciones entre escuela y ámbitos familiares de producción todavía rural y demás, las formas de coproducción y las formas colaborativas pueden estar más vivas, pero hay muchas maneras de fortalecer eso. Los padres y madres saben también formar parte de esas formas de trabajo. Hablamos de derechos de las niñas y los niños a una vida, a una educación de calidad sin violencia, pero estamos ante un reto de la sociedad para que las niñas, en particular las adolescentes, puedan tener una vida sin violencia. Eso es una responsabilidad del núcleo familiar que se extiende a las escuelas. Muchas veces las escuelas se enfrentan a una responsabilidad que está más allá de la escuela misma, porque, a veces, las dinámicas familiares han renunciado a poner los límites, a establecer una dinámica de reconocimiento, de valores y de estructuración de consecuencias. Al final del día las y los docentes terminan siendo el modelo y el eje. Es una presión social y cultural enorme, pero si algo produce la escuela es una educación para una vida mucho menos injusta de lo que ya es.  

La importancia del diálogo y la escucha activa  

No hemos sido educadas o educados para el diálogo. Pensamos que escuchar es darle pie a la persona que está enfrente de nosotros a que diga algo para recetarle nosotros lo que pensamos, para interpretar lo que está diciendo, para decirle lo que debe de pensar en lugar de lo que está pensando o, porque no tenemos tiempo y tenemos una presión demasiado grande, entonces estamos obligados a decir “bueno sí pero abréviale”. El tiempo de la escuela es muy corto; está evaluado y tiene que haber resultados y una serie de metas cumplidas. El diálogo y la escucha activa tienen un valor enorme. Sé que los protocolos a veces son como una escalerita: está la primera autoridad del aula, luego se lo mandan a la dirección, de ahí vuelve otra vez, después está el supervisor. Es una escala jerárquica en donde la conversación, la escucha y el diálogo no necesariamente representan la posibilidad de la mediación antes de aplicar el protocolo.  

Si hablamos de prevención en relación con el ciberacoso digital, pues entonces tendríamos que estar pensando cómo podemos formular acuerdos y rutas de mejora. Hicimos un ejercicio entre juventudes en Ciudad Juárez, después de los años duros de la violencia. Era muy sencillo, ¿cómo negocias con tu mamá la posibilidad de salir a la calle? Ese ejercicio se hizo a través de sociodramas y el público fueron otras juventudes ahí presentes. Las madres estaban ahí, pero no era su hijo negociando con ella; era un sociodrama. Cuando había negociación, las propias adolescencias ahí presentes decían “no estás negociando de forma sostenible, si negocias así le vas a tener que pedir permiso cada vez”, “negocia en paquete”. ¿Qué significaba negociar en paquete? La posibilidad de llegar a un acuerdo de ambas partes de que, si hay este contexto o circunstancias, entonces yo puedo salir a la calle. Si no existe eso, entonces volvemos a construir otro acuerdo. Eso se dio en un contexto muy difícil. Se dio la posibilidad, incluso, de mamás, papás y maestras y maestros trabajar juntos en un diálogo de convivencia para celebrar la posibilidad de salir a la calle. Hablo de situaciones extremas a las que no quisiéramos tener que llegar, pero hay comunidades en donde sí se está viviendo esa circunstancia. No es natural ni normal, requiere una gestión del espacio, incluso de los derechos, de una manera segura y asertiva, de tal forma que no generemos mucha más zozobra de la que ya de por sí hay.  

La imparcialidad no es inacción. En los procesos de diálogo, para poder establecer este tipo de conversaciones y atender ciertas circunstancias en las escuelas, somos neutrales e imparciales. No se van a poner de acuerdo porque vienen como protagonistas de un conflicto que requiere una atención de otro orden, con otras herramientas distintas. Por lo tanto, la imparcialidad no es inacción y no puede representar la razón contra la cual se topen en la pared estudiantes que después terminan por no creer en la instancia como un elemento que puede ayudar a dialogar. Si estamos hablando de la construcción de sentido de paz, la base es dignidad, justicia; sé que ese concepto es muy polémico, pues no hay un solo concepto de justicia al que nos podamos adscribir más allá del que está establecido normativamente en una serie de legislaciones socialmente aprobadas, pero en las circunstancias que vivimos actualmente, lo que pareciera ser justo puede no serlo, dependiendo de cómo se están desarrollando las relaciones entre poblaciones minoritarias, entre enfoques de género, entre circunstancias que reclamen una postura definitiva.  

Educar para la felicidad 

La inclusión es un concepto que últimamente ha estado en debate. Al hablar de derechos no tendríamos que estar pensando en cómo los incluyo, sino en cómo ejercen sus derechos, por lo tanto, ahí hay una fisura en la que todavía hay que trabajar, pero estamos hablando todavía de eso. Hay una escuela en donde desarrollamos de manera colectiva un programa de educación artística. Cuando señalamos que toda la escuela participaba, se negaron porque había un grupo de niños hipoacústicos. Entonces, se suele asumir una postura predefinida, predeterminada, cuando en realidad la música también está hecha de silencios. La música también incluye el silencio y el silencio implica la posibilidad de ser sustituido de muchas formas. Nunca hay que dejar a un grupo o a una comunidad, porque no tiene uno de los sentidos en plenitud. Esa clase fue sensacional. La cuestión se tradujo a una serie de herramientas que eran por vibración y que permitía en un momento dado identificar el ritmo, no necesariamente auditivo, el ritmo más importante es el del corazón. Cuando el ritmo se siente en el corazón, eso permite que los procesos y la expresión fluyan.  

La convivencia en paz supone hoy que todas las personas, no solo en el sistema educativo, en las escuelas, en cualquier centro de trabajo, en cualquier lugar donde haya una relación de personas para construir algo, hemos de estar formadas y formados hoy en esas estrategias para mediar situaciones de conflicto. A veces, la autoexigencia no nos permite entender que estamos en un proceso y que no tenemos que ser perfectos. Si estamos en el camino de un aprendizaje constante, fortalecer las capacidades expresivas es importantísimo. Hay muchos estudiantes que, mientras están en el aula con el teléfono, por supuesto que están en otro mundo o mundos, pero, cuando no lo tienen, también construyen otros mundos, porque agarran el lápiz, y con él hacen una serie de ritmos. Así, podemos hacer un ejercicio de expresión, no importa en qué momento del día se está, podemos incorporar una serie de herramientas en el día a día, sin que necesariamente estemos haciendo una clase de educación artística para dar cauce a una necesidad expresiva. Además, en la edad de las adolescencias y más arriba, la corporalidad y la musicalidad son vitales, son lenguajes naturales desde donde estas juventudes y comunidades se expresan.  

Ser coherentes entre lo que se piensa, se dice y se hace es en verdad un reto cotidiano. La escuela para muchas niñas y niños es la frontera entre poder construirse como persona en el mundo y puede ser efectivamente un espacio de resolución, de experiencia creativa, de autovaloración. Es muy difícil de hacer, pero necesario. “No juzgo, no critico y no me enojo”, parece un mantra que deberíamos aprender. Deberíamos tenerlo como algo real, porque es la base para poder ejercer un juicio. Poner distancia, no engancharse para poder tomar los elementos y establecer alguna idea un poco más coherente. Díganse algo positivo, primero, antes de que empiecen a resolver cualquier conflicto, díganse algo positivo primero. Hice un ejercicio, y con esto termino, de una situación que parecía un nudo terrible. En una serie de dinámicas de mediación, lo primero que les indiqué a los involucrados era que no íbamos a hablar del problema, sino a decirnos algo positivo de cada quien. Les costó trabajo, pero a quien más trabajo le costó decir algo positivo fue a la autoridad, lo cual condicionaba en gran medida la manera de relacionarse de todos.  

La Secretaría de Cultura del Gobierno de México está trabajando, en esta nueva Dirección General de Formación y Gestión Cultural, en una serie de herramientas de esta naturaleza para poder acercarnos todas y todos a estrategias que nos permitan tener herramientas para hacer una mediación intercultural, que no necesariamente se aplique solamente en la escuela. No podemos cargarle a la escuela toda la responsabilidad que tenemos todas las otras instancias de la familia, de los transportes, de los medios de comunicación, de la calle y de muchos otros lugares donde se dirime al final del día el sentido de lo que significa convivir en paz y en igualdad. 


Lucina Jiménez es directora general de formación y gestión cultural, Secretaría de Cultura del Gobierno de México.