Educar para la convivencia y la diversidad

La escuela es la frontera sobre la que se estrellan todas las ineficiencias de la sociedad, pero no podemos cargarle las responsabilidades que tienen la familia, los medios de comunicación, la calle y muchos otros lugares donde se dirime el sentido de lo que significa convivir en paz y en igualdad. Recogemos en este artículo el análisis y las propuestas de la directora general de Formación y Gestión Cultural de la Secretaría de Cultura de México, presentadas en el marco del SIEI 2025 de la Fundación SM.
Si hay un reto que la educación está viviendo en este tiempo, es precisamente en la convivencia y en entender los contextos de diversidad que hoy se reconocen como una riqueza cultural, pero al mismo tiempo constituyen un reto enorme, porque van acompañados muchas veces de desigualdad. Hoy estamos frente a esta necesidad social, educativa y política de entender la convivencia como un elemento fundamental sin el cual difícilmente podemos avanzar como sociedad. Estamos hablando de los entornos tanto físicos como tecnológicos en donde lo que pareciera ser dominante, más que el bien común, son las narrativas de violencia que se están viviendo de manera cotidiana en las escuelas y en la calle.
Hoy estamos ante la necesidad de entender la convivencia como un elemento sin el cual difícilmente podemos avanzar como sociedad
Últimamente se ha hecho un énfasis especial en las violencias en las escuelas, tanto en términos mediáticos como tecnológicos. Por supuesto, están los casos de desaparición que hoy constituyen un debate fundamental en la vida pública; el conflicto de género que se vive prácticamente en todas las dimensiones de la realidad nacional y, ahora, la violencia vicaria que se deriva de toda esta conflictividad en las relaciones de la construcción familiar. Nos situamos en un entorno de la vida cotidiana, mediática y además en el terreno tecnológico.
Frente a ese entorno, hay una serie de planteamientos que se han venido haciendo como algo que nos pueda permitir tener un marco, que puede ser aspiracional, pero en realidad es un marco normativo que nos obliga a repensar cómo estamos planteando el trabajo desde la escuela, desde el punto de vista educativo y desde el enfoque humanista que hoy está reclamando la presencia de una visión a partir de los derechos humanos.
La Ley general de los derechos de las niñas, los niños y las adolescentes señala que efectivamente uno de esos derechos es a vivir y a educarse con un enfoque de derechos humanos que garantice su dignidad. Determina que son las autoridades educativas las que tienen la responsabilidad de promover una convivencia escolar armónica, así como la generación de mecanismos para la discusión, el debate y la resolución pacífica de conflictos, por supuesto, conforme a la norma. Especifica también la necesidad de crear protocolos. Sabemos que los sistemas educativos de los diferentes ámbitos han creado protocolos, pero la escuela no puede ser la única responsable de resolver toda la problemática social y ni siquiera la de la vida familiar, que siempre afecta el ambiente escolar.
Las autoridades educativas tienen la responsabilidad de promover una convivencia escolar armónica
Cultura de la relación y del cuidado
Estamos en un momento en que necesitamos generar un espacio para el autocuidado docente, porque las personas que están frente a las niñas y los niños son la mejor posibilidad que tienen esas infancias y adolescencias para construir otra forma de relación. Cuídense. Abrácense, porque dedicar el primer abrazo para nosotras y nosotros mismos es la condición para saber que nos valoramos, nos queremos, nos respetamos. Eso es algo que es vital. Respirar es la condición de la vida y muchas veces no sabemos respirar o justamente no nos da tiempo ni de respirar. Cuando decimos eso es porque estamos agobiados, acosados por una gran diversidad de tareas y, por tanto, nos olvidamos de esa capacidad y posibilidad de respirar como una condición básica. Es algo que debemos de mantener en nuestros escenarios, incluso en el aula: saber respirar, saber darles a las dinámicas su espacio, su tiempo y poder construir desde ahí esta posibilidad de la armonía y la paz.
La gestión del espacio del aula es fundamental para poder construir diferentes formas de relación y procesos de aprendizaje, porque la base de la convivencia es el reconocimiento de que somos seres únicos e irrepetibles dentro y fuera de ese universo. Somos personas individuales que no podemos ser más que nosotras y nosotros mismos. Esa es la condición, la base de la dignidad de las personas desde donde nosotros podemos relacionarnos con las y los demás, y desde donde sabemos que podemos pertenecer o que no queremos pertenecer. Hablando de los derechos culturales, también está el derecho a no pertenecer y a plantearse en un escenario distinto. En ese sentido, el derecho a la diferencia es fundamental en nuestros tiempos. Desde dónde podemos pertenecer.
La base de la convivencia es el reconocimiento de que somos seres únicos e irrepetibles
Es fundamental el autorreconocimiento, porque, muchas veces, la base de las relaciones en la convivencia está dada por una baja autoestima, falta de reconocimiento de la identidad, de la individualidad de cada una cada uno de nuestros niños y es entonces cuando surgen relaciones desiguales y contradictorias. Sabemos que la valoración de la individualidad es difícil en el marco de las aulas demasiado pobladas o en aquellos lugares donde el cambio constante de la presencia de las infancias en las aulas también se da. Esto sucede frecuentemente en contextos de migración, por ejemplo. Hay muchas escuelas que tienen un entorno de mucha rotación de estudiantes cuando se trabaja en aulas multigrado o cuando se trabaja en situaciones donde las infancias tienen riesgos de perder la escuela. Sabemos que eso significa un reto adicional para los directivos, para las escuelas, para el personal docente, porque la permanencia en la escuela significa en sí misma un reto para muchas infancias. Estamos hablando entonces del reconocimiento de la dignidad como algo esencial, y la dignidad pasa por esa identificación, por el autorreconocimiento y el reconocimiento colectivo.
Conozco a un chico que en su vida cotidiana era conocido como “El flaco”, y sí, era flaco, pero nadie sabía cómo se llamaba, ni en la escuela, ni en su entorno. Ahí estamos permitiendo efectivamente una despersonalización y una caracterización a partir de un estereotipo que remite a una condición física. Es algo muy cotidiano en las relaciones escolares y frente a lo que nosotras y nosotros hemos de estar al pendiente, porque, a fin de cuentas, sí se termina por construir estereotipos alrededor de estas niñas o niños: está el que es flaco, el que es gordito, el que es lento, el que no habla, el que usa lentes. Nos rodeamos de una serie de estereotipos desde donde se gestiona la identidad de las personas en el aula. Eso puede representar un problema; puede llegar incluso a convertirse en un elemento de crueldad. Si hay algo que es posible dentro de las aulas, sobre todo en determinados niveles educativos, es la crueldad, porque aún no se forjan esos criterios de descubrimiento, autodenominación, autorreconocimiento de las emociones, y muchas veces no están establecidas las fronteras entre el juego y la violencia. A veces no son fáciles de distinguir en determinadas edades. En ocasiones se transita del juego hacia la violencia de una manera aparentemente natural y terminamos encontrando relaciones involuntariamente muy dañinas al interior de nuestras aulas o en los patios.
De tal forma, estamos hablando aquí de uno de los retos más importantes que puede tener un niño o una niña: el reto de aprender a ser visto, a ser vista, el reto de ser reconocida, de ser escuchada. Hay niñas y niños que definitivamente prefieren irse hasta el último de los rincones, porque no quieren ser vistos, porque prefieren que no se les pregunte nada; por eso se van a la fila de atrás. En ese contexto, hay retos que estas y estos estudiantes están viviendo para poder aprender a ser, aprender a tener presencia, como condición de la persona y a ser como posibilidad identitaria.
Uno de los retos más importantes de un niño o una niña es el de aprender a ser visto, el reto de ser reconocida, de ser escuchada
La educación para el autoconocimiento es fundamental y eso es algo que efectivamente puede tener el a su vez, una condición de doble o triple personalidad, en función de la vida digital que puede ser distinta a la que se vive en tiempo real. Puede ser que nosotros conozcamos una dimensión de nuestras y nuestros estudiantes cuando en la realidad ellos tienen una dinámica de otro orden y, ante los espacios convencionales educativos, ellos pasan por cierto tipo de comportamiento, de habilidades, cuando en realidad tienen muchísimas otras que probablemente no revelan en la escuela. No estoy diciendo que todas sean aplicables positivamente, pero hay muchas que sí, y ellos y ellas pueden desarrollar muchas otras formas a partir de ese reconocimiento de esas identidades que siempre están en transformación.
Es esencial para un niño o niña saber que lo que le está pasando en un momento dado, no necesariamente es para siempre. Eso, a veces, genera una angustia enorme entre las y los pequeños, porque no pueden en un momento dado abrazar el mundo con una claridad tan grande. Entonces, un ambiente educativo que dice no al determinismo y no a la resignación es importantísimo, porque es un ambiente que está generando la posibilidad de la transformación en un sentido más claro y asertivo.
Aprender a convivir
Decimos que la escuela es el lugar de la socialización y es verdad, porque probablemente si la escuela no tuviera el acceso obligatorio y como una posibilidad en la formación, ahora desde las primeras infancias, podría ser mucho más difícil la construcción de esa socialidad, para la que se supone que el ser humano existe y está dispuesto. Aprender a convivir es algo que se construye, no viene en el paquete ya predeterminado; no es una condición aprendida de manera innata, es a través de una educación para la convivencia y la escuela, además de la familia, es un lugar donde se puede ir construyendo esa posibilidad de saber quiénes somos y poder relacionarnos en una colectividad.
Aprender a convivir es algo que se construye, no es una condición aprendida de manera innata
Algo fundamental de reconocer es que el aula y el patio son los microcosmos de la sociedad. La manera como se vive el patio y se vive el aula sintetizan el microcosmos donde las infancias y sus identidades valoradas, se van a poder encontrar o no en una relación de otro orden. Hay patios dominados por el fútbol, hay patios dominados por el juego de fuerza de las masculinidades en presencia, hay patios dominados por un “aquí no te metas, te estás metiendo al callejón de los trancazos”; hay lugares, espacios que ya sabemos están de una u otra manera estigmatizados. Se les asocia con sucesos negativos, de riesgo o de castigo. Hay maneras de construir rutas de mejora de la gestión de los patios y de las aulas, porque, al final del día, esos microcosmos son maleables y me consta que el profesorado lo sabe hacer. Esos son temas en los que se están gestando nuevas relaciones con una actitud de responsabilidad y ética entre las personas. Y eso es fundamental, porque un aula que está normada por la ley del más fuerte, por el que más habla, por el único que habla; confirma que quien más se esconde, nunca va a figurar, ratifica las estructuras de poder, de exclusión y control.
El aula y el patio son los microcosmos de la sociedad
Debemos trabajar para construir una educación de otro orden, más participativa. Hay una aspiración mundial a la paz y esto está planteado en la Agenda 2030. Cuando digo que es una aspiración mundial es real. Estamos viviendo un mundo de guerras, donde hay más de 16 regiones en conflicto, y estoy hablando de conflictos militares.
¿Cómo construimos nosotras y nosotros una sociedad pacífica cuando el mundo está dando la vuelta de esa manera?, ¿cuándo hay preguntas de las niñas y los niños de qué está pasando en Gaza?, ¿cuándo las niñas y los niños preguntan por qué tales y tales niños no tienen las mismas posibilidades? Hay un mundo en desigualdad y que, a veces, cuesta trabajo entender. Si nos cuesta trabajo entenderlo a quienes hemos sido responsables -y estoy hablando en términos generacionales- de haber atestiguado o permitido esas relaciones mundiales, para los niños y las niñas ese mundo se vuelve también muy cuestionable, incomprensible.
¿Cuál es el lugar de la escuela como institución? Es algo que cada escuela tiene que responder, porque no todas pueden participar desde el mismo esquema, aun cuando pertenezcan a un mismo sistema reglado y ordenado desde la institucionalidad. La escuela es el germen de la educación para la democracia, porque es ahí donde se aprende la reciprocidad, se aprende la consecuencia de una acción negativa o las bondades de la aportación, se aprenden los esquemas colaborativos. Pero cada escuela es distinta.
La escuela es el germen de la educación para la democracia, porque es ahí donde se aprende la reciprocidad
En los ámbitos donde el comunalismo y las relaciones entre escuela y ámbitos familiares son más cercanos, sobre todo en contextos rurales, donde están vigentes las formas de coproducción y las formas colaborativas pueden estar más vivas, las relaciones entre quienes conforman la comunidad escolar pueden ser de mayor proximidad. En escuelas urbanas hay muchas maneras de fortalecer esos vínculos. Los padres y madres saben también aportar y ser parte de esas formas de trabajo colaborativo, aunque sus circunstancias laborales no siempre sean favorables.
Para dar cumplimiento a los derechos de las niñas y los niños a una educación de calidad y sin violencia tenemos que sumar esfuerzos en todas direcciones. Es una responsabilidad del núcleo familiar que se extiende a las escuelas. Henos de reconocer que muchas veces, las escuelas se enfrentan a responsabilidades que están más allá de la escuela misma, porque, puede suceder que las dinámicas familiares hayan renunciado a poner los límites, a establecer mecanismos de afirmación y reconocimiento, de valores asumidos como forma de vida, en ocasiones se han olvidado de que las acciones de desestructuración de las relaciones familiares y las violencias intrafamiliares, incluidas las violencias de género y sexuales, tienen consecuencias que se amplifican a la escuela y al espacio público. En no pocas ocasiones, las y los docentes terminan siendo el modelo y el eje estructurante. Es una presión social y cultural enorme, una altísima responsabilidad y al mismo tiempo un privilegio, porque, si algo produce la escuela es una educación para una vida, que puede ser mucho menos injusta de lo que ya es.
La importancia del diálogo y la escucha activa
No hemos sido educadas o educados para el diálogo. Pensamos que escuchar es darle pie a la persona que está enfrente de nosotros a que diga algo para recetarle de inmediato lo que pensamos nosotros, para interpretar lo que está diciendo, para decirle lo que debe de pensar en lugar de lo que está pensando o, porque no tenemos tiempo y tenemos una presión demasiado grande, entonces estamos obligados a decir “bueno sí pero abréviale”, a poner poca atención, mientras se hace o se piensa otra cosa. El tiempo de la escuela es muy corto; está evaluado y tiene que haber resultados y una serie de metas cumplidas. El diálogo y la escucha activa tienen un valor enorme, aún en ese contexto, porque hay docentes que disfrutan la escucha.
Sé que los protocolos a veces son como una escalerita: está la primera autoridad docente del aula. Cuando algo ocurre con las y los estudiantes, los mandan a la dirección, de ahí vuelve otra vez al aula y puede que la conducta se repita. Después está el supervisor, quien toma conocimiento y enriquece las medidas disciplinarias. Es una escala jerárquica en donde la conversación, la escucha y el diálogo no necesariamente representan la posibilidad de la mediación antes de aplicar el protocolo que alude a una sanción. La mediación intercultural y social debiera estar presente en todo momento, en todas las instancias, sin que ello implique dejar de contar con protocolos.
Si hablamos de prevención en relación con el ciberacoso digital, pues entonces tendríamos que estar pensando cómo podemos formular acuerdos y rutas de mejora. Hicimos un ejercicio entre juventudes en Ciudad Juárez, después de los años duros de la violencia. Era muy sencillo, ¿cómo negocias con tu mamá la posibilidad de salir a la calle? Ese ejercicio se hizo a través de sociodramas y el público fueron otras juventudes ahí presentes y madres de familia. Las madres estaban ahí, pero no era su hijo negociando con ella; era un sociodrama. Cuando había negociación, las propias adolescencias ahí presentes decían “no estás negociando de forma sostenible, si negocias así le vas a tener que pedir permiso cada vez”, “negocia en paquete”. ¿Qué significaba negociar en paquete? La posibilidad de llegar a un acuerdo de mediano plazo, de ambas partes, en el sentido de que, si hay este contexto o estas circunstancias, entonces yo puedo salir a la calle. Si no existe eso, entonces volvemos a construir otro acuerdo. Eso se dio en un contexto muy difícil. Se dio la posibilidad, incluso, de mamás, papás y maestras y maestros trabajar juntos en un diálogo de convivencia para celebrar la posibilidad de salir a la calle. Hablo de situaciones extremas a las que no quisiéramos tener que llegar, pero hay comunidades en donde sí se está viviendo esa circunstancia. No es natural, ni normal vivir con miedo. Se requiere una gestión del espacio, incluso de los derechos, de una manera segura y asertiva, de tal forma que no generemos mucha más zozobra de la que ya de por sí hay. Si vemos las cifras de desaparición en juventudes e infancias, tendríamos que empezar por hacer mucha más investigación. Todo eso se aprende. La escuela necesita ese aprendizaje colaborativo.
La imparcialidad no es inacción. En los procesos de diálogo o resolución de conflictos, para poder establecer este tipo de conversaciones y atender ciertas circunstancias en las escuelas, somos neutrales e imparciales, pero ello no quiere decir que seamos parte de la inacción o de la indiferencia.
En los procesos de diálogo o de resolución de conflictos la imparcialidad no es inacción
Por lo tanto, la imparcialidad no es inacción y no puede representar la razón contra la cual se topen contra la pared estudiantes quienes después terminan por no creer en la instancia educativa como un elemento que puede ayudar a dialogar. Si estamos hablando de la construcción de sentido de paz, la base es el respeto a la dignidad, la impartición de justicia; sé que ese concepto es polisémico, pues no hay un solo concepto de justicia al que nos podamos adscribir más allá del que está establecido normativamente en una serie de legislaciones socialmente aprobadas, pero en las circunstancias que vivimos actualmente, lo que pareciera ser justo puede no serlo, dependiendo de cómo se están desarrollando las relaciones entre poblaciones minoritarias, entre enfoques de género, en circunstancias que reclamen una postura definitiva.
Educar para la felicidad
La inclusión es un concepto que últimamente ha estado en debate. Al hablar de derechos no tendríamos que estar pensando en cómo los incluyo, sino en cómo puedo apoyar para que ejerzan sus derechos. Ahí hay una fisura en la que todavía hay que trabajar. Hay una escuela en donde desarrollamos de manera colectiva un programa de educación artística hace muchos años. Cuando señalamos que toda la escuela participaba, la escuela confesó que no era así, porque había un grupo de niños hipoacústicos que no recibían la clase de danza y música que impartía ConArte, la asociación civil a la que pertenecí hace tiempo.
Entonces, entendí que se suele asumir una postura predefinida, predeterminada, que supone que las y los niños hipoacústicos no pueden moverse, cuando en realidad la música también está hecha de silencios. La música también incluye el silencio y el silencio tiene la posibilidad de ser sustituido de muchas formas.
Esa clase fue sensacional. La cuestión se tradujo a una serie de herramientas sonoras que se transmitían por vibración y que permitía en un momento dado identificar el ritmo, no necesariamente de manera auditiva. Recordemos que el ritmo más importante es el del corazón. Cuando el ritmo se siente en el corazón, eso permite que los procesos y la expresión fluyan.
Nunca hay que dejar a una persona, a un grupo o a una comunidad atrás, solo porque no tiene uno de los sentidos en plenitud
La convivencia en paz supone hoy que todas las personas, no solo en el sistema educativo, en las escuelas, en cualquier centro de trabajo, en cualquier lugar donde haya una relación social para construir algo, hemos de estar formadas y formados hoy en esas estrategias para mediar situaciones de conflicto. A veces, la autoexigencia no nos permite entender que estamos en un proceso y que no tenemos que ser perfectos. Si estamos en el camino de un aprendizaje constante, fortalecer las capacidades expresivas es importantísimo. Hay muchos estudiantes que, mientras están en el aula con el teléfono, por supuesto que están en otro mundo o mundos, pero, cuando no lo tienen, también construyen otros mundos, porque agarran el lápiz, y con él hacen una serie de ritmos. Así, podemos hacer un ejercicio de expresión, no importa en qué momento del día se está, podemos incorporar una serie de herramientas en el día a día, sin que necesariamente estemos haciendo una clase de educación artística para dar cauce a una necesidad expresiva. Además, en la edad de las adolescencias y más arriba, la corporalidad y la musicalidad son vitales, son lenguajes naturales desde donde estas juventudes y comunidades se expresan y comunican.
Ser coherentes entre lo que se piensa, se dice y se hace es en verdad un reto cotidiano. La escuela para muchas niñas y niños es la frontera entre poder construirse como persona en el mundo y puede ser efectivamente un espacio de resolución, de experiencia creativa, de autovaloración. Es muy difícil de hacer, pero necesario de pensar y de repasar la frase: “No juzgo, no critico y no me enojo”, aunque parezca un mantra que deberíamos aprender. Deberíamos tenerlo como algo real, porque es la base para poder ejercer un juicio. Poner distancia, no engancharse, no prejuzgar para poder tomar los elementos y establecer alguna idea un poco más coherente. Por eso, queridas y queridos docentes, díganse algo positivo, antes de que empiecen a resolver cualquier conflicto, díganse siempre a si mismos algo positivo primero y luego digan algo positivo de los demás.
Poner distancia, no engancharse, no prejuzgar para poder tomar los elementos y establecer alguna idea un poco más coherente
Hice un ejercicio de empatía en Bellas Artes y con esto termino. Se trataba de una situación que parecía un nudo terrible, donde se podría implicar la violación de derechos humanos de una persona. En medio de las quejas de todas partes contra una sola persona, intentábamos una mediación. Lo primero que les indiqué a los involucrados era que no íbamos a hablar del problema, sino a decirnos algo positivo de cada uno y algo positivo de la persona de quién se quejaban. Les costó trabajo hacerlo, pero a quien más trabajo le costó decir algo positivo fue a la autoridad, lo cual condicionaba en gran medida la manera de relacionarse de todos quienes estaban bajo su cadena de mando. Costó trabajo romper el bucle de percepción negativo y el deseo de venganza. Sin embargo, y a pesar de todo, se hizo. El proceso requiere seguimiento.
La Secretaría de Cultura del Gobierno de México está trabajando, en esta nueva Dirección General de Formación y Gestión Cultural, en una serie de herramientas de esta naturaleza para poder acercarnos todas y todos a estrategias que nos permitan ejercer una mediación intercultural, que no necesariamente se aplique solamente en la escuela, sino en contextos comunitarios. No podemos cargarle a la escuela toda la responsabilidad que tenemos todas las otras instancias de la familia, de los transportes, de los medios de comunicación, de la calle y de muchos otros lugares donde se dirime al final del día el sentido de lo que significa convivir en paz y en igualdad.
Lucina Jiménez es directora general de formación y gestión cultural, Secretaría de Cultura del Gobierno de México.