Nuno Crato: En defensa del (buen) libro de texto
Ayer se presentó en Madrid, en la sede de la Universidad Camilo José Cela, la obra “Apología del libro de texto. Cómo escribir, elegir y utilizar un buen manual”, publicada por Narcea. El autor, Nuno Crato, que fue ministro de Ciencia, Tecnología y Enseñanza Superior de Portugal entre los años 2011 y 2015, estuvo acompañado por Mónica González Navarro, directora gerente de Narcea; Francisco López Rupérez, director de la cátedra de políticas educativas de la UCJC; Gregorio Luri Medrano, filósofo, pedagogo y ensayista, y Jesús Manso Ayuso, decano de la Facultad de Formación de Profesorado y Educación de la Universidad Autónoma de Madrid.
No es fácil defender hoy el libro de texto como herramienta eficaz para la mejora educativa. Supone ir a contracorriente de las tendencias llamadas innovadoras, pero no hay que olvidar que innovar en educación no tiene que ver con incorporar novedades, ni con seguir las últimas modas y tendencias, sino con lograr resultados que antes no eran posibles, en términos de inclusión y de aprendizaje. Como dice Michael Fullan, “un cambio no siempre implica mejora, pero toda mejora implica cambio”, es decir, la innovación no tiene que ver con el cambio, sino con la mejora educativa.
La “apología” que hace Nuno Crato se apoya en evidencias contrastadas. Tras los pésimos resultados obtenidos por Portugal en las pruebas TIMSS de 1995, en las que solo dos países quedaron por debajo, y su mediocre posición en las pruebas PISA, el país vecino decidió revisar los libros de texto por parte de entidades independientes, para mejorarlos y, de este modo, mejorar la educación. De modo que en 2006 se promulgó una ley de cualificación de materiales escolares por parte de entidades independientes, cuando Crato presidía la Sociedad Portuguesa de Matemáticas, una de las entidades que participó en la revisión de los manuales. Posteriormente, ya como ministro, Crato abogó por poner los saberes esenciales en la base de la educación, en lugar de las competencias y habilidades, centrándose en un currículo basado en el conocimiento. Y la consecuencia de estos cambios llevó a Portugal a alcanzar los resultados más elevados de su historia en pruebas internacionales.
Esta notable mejora de resultados contribuyó a la idea de que los libros de texto eran una parte importante de la implantación de una reforma educativa, por lo que el Gobierno francés encargó a Crato un informe de recomendaciones para la mejora de los libros de texto. Conocedor de este encargo, Francisco López Rupérez animó a Crato a escribir esta “apología del libro de texto”, con el fin de que sirviera como catalizador eficaz para la mejora de nuestro sistema educativo. En efecto, el libro de Crato es un manual de pedagogía aplicada que incorpora evidencias sobre cómo aprenden los niños y adolescentes y puede contribuir a la construcción de buenos libros de texto.
¿Cuál es el valor añadido de los libros?
La principal ventaja de los manuales escolares, sostenía Crato, estriba en que plasman el plan de estudios de una forma bien articulada, organizada y secuencial. Ofrecen contenidos estructurados, un conocimiento que se añade a lo que ya sabemos y ayuda a comprender; que está conectado y construye una teoría para explicar hechos y clasificar cosas de forma comprensible. El conocimiento estructurado, afirmaba, es la base del aprendizaje escolar, y ha sido fundamental para el progreso de la Humanidad.
Se trata, según Crato, de una herramienta democrática que está abierta a todos, al profesorado, al alumnado, a madres y padres. Proporciona experiencias de orden a los alumnos, y permite a las familias seguir el aprendizaje de sus hijos. También presenta una cultura común que facilita la conversación. Además, el manual tiene una utilidad práctica para los docentes, porque jerarquiza el contenido y ayuda a mejorar la práctica, especialmente con el profesorado que tiene menos experiencia y menos conocimiento. El libro libera al docente de algunas tareas y le permite centrarse en la relación humana, que es la base de la escuela. Por ello, Crato consideraba que los docentes no deberían distraerse creando sus propios materiales y, en su lugar, concentrarse en atender al alumnado.
Por otro lado, afirmaba Crato, el manual didáctico es una iniciación al mundo de la lectura inteligente, porque permite ir adelante y atrás, aprender los detalles, entender los argumentos y comprender. Y eso es una lectura inteligente.
¿En papel o en soporte digital? Los estudios empíricos sugieren que la lectura en papel es mejor que en pantalla, pero lo importante es la coherencia y el conocimiento estructurado, sea en uno u otro soporte.
Crato lamentaba la escasez de estudios sobre el libro de texto, aunque sea un instrumento tan importante. ¿Dónde están los manuales didácticos en PISA?, se preguntaba.
Con una argumentación muy alineada, Jesús Manso sostenía que la innovación pasa por hacer una buena conservación de lo que funciona y merece la pena, y este es el caso del libro didáctico, que preserva lo que vale la pena enseñar. La falta de coherencia en la escuela produce despropósitos pedagógicos, frente a los cuales el manual se presenta como un material coherente y estructurado.
Consideraba Manso que el libro de texto aporta muchas ventajas, como la operativización del currículo, la estructuración del estudio, ser una referencia común para todos y prestar un considerable apoyo al docente. Desde el punto de vista del centro, los manuales facilitan las coordinaciones horizontales y verticales, y permiten aprender de forma coherente las distintas asignaturas del currículo.
En su opinión, el manual didáctico ha sido denostado en los sistemas educativos que han renunciado al objetivo de la escuela, que es enseñar, educar y formar de forma sistémica, lo que supone prescribir, decidir contenidos más valiosos que otros y asumir riesgos. Aunque suponía que era una tendencia que se estaba revirtiendo y que la ley del péndulo ayudaría a centrar el libro de texto como herramienta fundamental.
Gregorio Luri se felicitaba porque alguien defendiera el “buen” libro de texto, y aseguraba que hay que ser incansable en la defensa de lo evidente. Veía preocupante que sea necesaria e imprescindible una apología del libro de texto.
Recordaba Luri que Negroponte aseguró en 2010 que no tardaría 10 años, sino 5, en desaparecer el libro de texto, pero lo obvio es que el libro de papel sigue presente, aunque su pronóstico se convirtió en dogma de fe y había que poner el 1×1 para que el conocimiento mundial estuviera a disposición del alumno.
El problema, sostenía Luri, es que en educación nos da miedo quedarnos desfasados. El libro es una herramienta tecnológica perfecta; no tenemos un sustituto tecnológico tan competente y eficaz. Pero la escuela lo ha rechazado, junto con los deberes, el profesor transmisor o el aprendizaje memorístico para que no se le diga que está atrasada. ¿La consecuencia? Un profesorado que se situaba en la parte de atrás de las aulas para controlar lo que sus alumnos hacían en pantalla. Pero la relación pedagógica fundamental es cara a cara y no tiene sustituto.
López Rupérez, por su parte, recordaba que, frente a unas políticas educativas que son muy lentas de implementar, el libro de texto puede producir mejoras en el corto plazo. En efecto, una de las ventajas de las reformas basadas en el libro de texto es la inmediatez, porque de un año a otro se ven mejoras apreciables. Además, permite políticas escalables; las políticas basadas en el libro de texto son masivas.
Otra ventaja es su efectividad, cuando se trabaja con manuales que se basan en las evidencias empíricas de las ciencias cognitivas.
Y la tercera ventaja es la naturaleza pacífica de una reforma basada en los libros de texto. Al tratarse de una reforma basada en evidencias sería pacífica, y no comportaría enfrentamientos ideológicos.
Por ello insistió en la importancia de la colaboración entre los editores y las administraciones para mejorar la calidad de las políticas educativas.